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SANTIAGO, Chile
Somos un matrimonio católico chileno, compuesto por Juan Rajs Grzebien, Corredor de Propiedades y Helicicultor y Nina Mónica Ramírez Donders, Profesora de Religión y Moral, Habilitada en Filosofía y Educadora de Párvulos, nuestra intención es promover la Doctrina y Cultura Católicas. Para mí, Juan Rajs, mi mayor orgullo y mi gran inspiración es Ninita, mi esposa, mi Dulce y Tierno regalito de Jesús como yo la llamo, no ceso de alabar a Dios por habermela concedido desde la eternidad, para amarla, respetarla y cuidarla siempre.

JESÚS MÁS QUE UN CARPINTERO


Josh McDowell


JESÚS, MÁS QUE UN CARPINTERO.


CAPÍTULO I

¿Qué diferencia a Jesús?

No hace mucho conversé con un grupo de personas en Los Ángeles. Les pregunté: ¿Quién es según su opinión Jesucristo? Como contestación escuché lo siguiente: que fue un gran líder religioso. Estoy de acuerdo. Ciertamente, Jesucristo fue un gran líder religioso. Pero estoy convencido que no fue solo eso.
Desde hace siglos nos dividen las opiniones acerca de la pregunta de: ¿quién es Jesús? ¿Por qué solo una persona es capaz de producir tantas controversias? ¿Por qué exactamente Su Nombre en mayor medida que los nombres de otros líderes religiosos nos causa tantas emociones? ¿Por qué ocurre que se puede hablar acerca de Dios y nadie pierde la calma y sin embargo al solo Nombre de Jesús hay muchas personas que intentan interrumpir la conversación? O toman una actitud defensiva. Viajando en un taxi en Londres hice un pequeño comentario acerca de Jesús a lo que el taxista inmediatamente contestó: “No me gusta discutir acerca de religión y especialmente acerca de Jesús”.
¿En qué se diferencia Jesús de otros líderes religiosos? ¿Por qué las personas no se ofenden cuando escuchan los nombres de Buda, Mahoma o Confucio?
La diferencia radica en que estos otros –en diferencia con Jesús- no se consideraban como Dios. Eso es lo que realmente lo hace diferente a Él con respecto a los otros fundadores de las grandes religiones.
Aquellos que conocieron a Jesús, rápidamente se convencían que Él se refería a sí mismo con opiniones asombrosas. Quedaba claro que según Sus propias palabras Él era más que solo un profeta y un maestro. Es evidente que se reconocía sus pretensiones de ser la Deidad. Se presentaba como el único camino que conduce a Dios, como el único medio para el perdón de los pecados, como la única instancia para obtener la redención.
A muchas personas les molesta esta diferencia, se sienten demasiado limitados, como para confiar en Él. Lo importante no es lo que queramos pensar o creer, sino que es lo que Jesús quería que pensaran de Él.
¿Qué nos dice acerca de esto el Nuevo Testamento? Constantemente leemos acerca de la “Divinidad de Cristo” la cual implica que Jesús es Dios.
A. H. Strong en su Systematic Theology (Teología Sistemática) define a Dios como a “un espíritu perfecto e infinito que es el centro, el apoyo y el fin de todo” (A. H. Strong Systematic Theology, Judson Press, Philadelphia 1907, t. I, pág 52).  Esta definición de Dios contentaría a todos los monoteístas incluyendo a los musulmanes y a los judíos. El monoteísmo enseña que Dios es personal y que Él ideó y creó el universo, que lo sigue controlando y al cual gobierna. El monoteísmo cristiano agrega a la anterior definición lo siguiente: “y que se encarnó en la persona de Jesús de Nazaret”.
Jesucristo es un nombre y un título a la vez, el nombre Jesús, nació a partir de la forma griega del hebreo Jeshua o Jehoshua que significa “Jahvé salva” o “El Señor salva”. El título “el Cristo” procede de la forma griega de Mesías (Mashiah en hebreo) que significa “el Elegido”. En relación a este título se relacionan dos potestades: “Rey” y “Sacerdote”. Este título confirma a Jesús como al esperado Rey y Sacerdote de las profecías del Antiguo Testamento. Esta confirmación es uno de los más importantes puntos que nos permite entender correctamente a Jesús y al cristianismo.
El Nuevo testamento presenta claramente a Cristo como Dios. Los nombres que se usan en el Nuevo Testamento en relación al Cristo son de tal naturaleza que solo pueden ser usados en relación a la persona Divina, por ejemplo Jesús es llamado Dios en Ti 2, 13 aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo;  (Todas la citas de las Sagradas Escrituras son tomadas de la Biblia de Jerusalén). Cf Jn 1, 1; Heb 1,8; Rom 9, 5; 1Jn 5, 20-21. Las Sagradas Escrituras Le atribuyen propiedades que solo son inherentes a Dios. Jesús es presentado como el dador de vida  cf Jn 1, 4; 14,6); Omnipresente cf Mt 28, 20; 18, 20), Omnisapiente cf Jn 4, 16-18; 6. 64; Mt 17, 23-27); Todopoderoso cf Ap 1, 8; Lc 4, 39-55; 7, 14-15; Mt 8, 26-27) Eterno cf 1Jn 5, 11-12.20; Jn 1, 4).
Jesús recibía la honra y la gloria solo debidas a Dios. En su confrontación con Satanás, Jesús dijo: «Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él darás culto» (Mt 4, 10). Y a su vez Jesús recibe la honra solo debida a Dios en: cf 14, 33; 28, 9).  Y a veces hasta exigía que le rindieran tal honra cf Jn 5, 23; Heb 1, 8 y Ap 5, 8-14.
La mayor parte de los discípulos de Jesús eran judíos piadosos, hasta excesivamente monoteístas y creían en un solo y verdadero Dios, sin embargo a Él lo reconocieron como a Dios encarnado.
San Pablo, debido a su excesiva formación rabínica debía de haber rechazado con mayor fervor  el rendirle honores a Jesús, rendirle honores a un hombre de Nazaret, reconocerlo como Su Señor. Pero eso fue exactamente lo que hizo Pablo. Reconoció al Cordero de Dios (a Jesús) como a Dios, diciendo: Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que Él se adquirió con la sangre de su propio hijo (Hech 20, 28).
Cuando Jesús le preguntó a Pedro cómo a quién lo consideraba él, éste le reconoció:  Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Jesús no desmintió sus palabras y las aprobó contestándole: Replicando Jesús le dijo: Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16, 17).
Marta, una conocida de Jesús, se volvió a Él diciendo: Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (Jn 11, 27). Tenemos todavía a Natanael que consideraba que nada bueno podía provenir de Nazaret y que reconoció acerca de Jesús: Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel» (Jn 1, 49).
Cuando apedrearon a Esteban, este oraba así: Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hech 7, 59). El autor de la Carta a los Hebreos llamó a Cristo, Dios: Pero del Hijo: Tu trono, ¡oh Dios!, por los siglos de los siglos; y El cetro de tu realeza, cetro de equidad  (Heb 1, 8). Juan Bautista anunció la llegada de Jesús diciendo: y bajó sobre Él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo: «Tú eres mi hijo; yo hoy te he engendrado» (Lc 3, 22).
Tenemos también el testimonio de Tomás, llamado “el incrédulo”. Este dijo: “No creeré mientras no introduzca mis dedos en el lugar de los clavos” (Me identifico con Tomás). El les dijo: “Escúchenme, no todos los días alguien se levanta de entre los muertos o se considera como Dios encarnado. Tengo que tener una prueba. Ocho días después de que Tomás compartiera sus dudas con los otros discípulos, “Jesús apareció a pesar de que las puertas estaban cerradas, se paró en el centro de la sala y dijo: “¡La paz con ustedes!” Y dirigiéndose a Tomás le dijo: “Trae acá tus dedos y mira mis manos, trae acá tu mano e introdúcela en mi costado y no sea incrédulo sino que creyente”. Tomás le contestó: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús le contestó: “Has creído porque has visto”, felices los que han creído sin haber visto” (Jn 20, 26.29). Jesús aceptó el reconocimiento de Tomás en el sentido de la Divinidad de Jesús, lo retó por su falta de fe, no porque le rindió la honra.
En este momento pueden aparecer muchas voces críticas aseverando que todas las citas anteriores no proceden directamente de Jesucristo sino de otros que lo defendían. Habitualmente se esgrime el argumento de que los contemporáneos de Cristo no lo entendían al mismo grado que como nosotros los entendemos hoy.  En otras palabras dicen que Jesús nunca aseveró que Él era Dios.
Sin embargo, yo sí creo que lo aseveraba. Estoy convencido que la Divinidad de Jesús se puede comprobar a partir de las páginas del Nuevo Testamento. Citas que prueban esto se pueden encontrar en grandes cantidades en el Nuevo Testamento y tienen el mismo significado. Cierto empresario, que analizó las Sagradas Escrituras queriendo comprobar sí realmente Cristo aseveraba que Él era Dios, dijo: “Sí acaso alguien lee el Nuevo Testamento y no llega a la conclusión de que Jesús se consideraba a sí mismo como Dios, debe ser tan ciego como aquel hombre que estando a cielo descubierto en un día despejado, dice que no logra ver el sol”.
En el Evangelio según San Juan, aparece descrita una confrontación entre Jesús y un grupo de judíos. Esta fue motivada por la sanación que realizó Jesús a un cojo en día Sábado (shabat). Jesús le ordenó tomar su camilla y caminar. “Y por esto los judíos perseguían a Jesús, porque lo realizó un día sábado”. Mas Jesús les contestó: “Mí Padre trabaja hasta el día de hoy y por eso yo también trabajo”. Por esto los judíos trataban con mayor empeño de matar a Jesús, porque no solo no observaba el descanso del sábado, sino que además llamaba a Dios, Su Padre, haciéndose con esto igual a Dios (Jn 5, 16-18).
Pueden ustedes decirme: “Escucha Josh, yo también puedo decir: “Mí padre trabaja hasta este día y yo también trabajo”, pero esto no acredita absolutamente nada”. Cada vez que estudiamos algún documento, debemos considerar en qué lengua fue escrito, su contexto cultural, y sobre todo a quién iba dirigido. En este caso tenemos que ver con la cultura judía y estas palabras iban dirigidas a los dirigentes religiosos judíos. Veamos cómo entendieron las palabras de Jesús, los judíos de hace 2000 años en el contexto de la cultura judía. Por eso los judíos trataban con mayor empeño de matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios” (Jn 5, 18). ¿No fue acaso por eso que usaron medios tan drásticos?
Esto fue motivado porque Jesús dijo “Mí Padre” y no “nuestro Padre”, luego de lo cual agregó “trabaja hasta ahora y Yo también trabajo”. La utilización de estas dos palabras por Jesús, significaba que se igualaba a Dios, ponía Sus obras al mismo nivel de las obras de Dios. Los judíos no utilizaban la frase “mí Padre” en relación a Dios. Y sí lo hubieran hecho, habrían agregado “en el cielo”. Sin embargo, Jesús, no hizo eso. Llamando a Dios, Su Padre, Jesús se mostraba ante lo judíos con un solo significado. Sugería también, que mientras Dios trabaja, Él, Su Hijo, trabaja a la vez. Y nuevamente con esto, le sugería a los Judíos, que es el Hijo de Dios. En consecuencia por estas aseveraciones, el odio de los judíos hacia Él, aumentaba. Aunque al principio solo intentaban castigarlo, con el tiempo empezaron a desear su muerte.
Jesús no solo afirmaba su igualdad con Dios, Su Padre, afirmaba también que Él y el Padre son uno. Durante las celebraciones de la Santificación del templo en Jerusalén, se acercaron a Jesús unos cuantos sacerdotes judíos, que le preguntaron: ¿quién eres? Jesús terminó su explicación diciendo: “Yo y el Padre somos uno» (Jn 10, 30).  “Los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: «Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?» Le respondieron los judíos: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios» (Jn 10, 31-33).
¿Quién pudiera extrañarse que las palabras de Jesús acerca de su igualdad con Dios motivaran tan fuertes emociones? Estudiando el original griego encontramos un significado más que interesante. El estudioso A. T. Robertson que conoce muy bien la lengua griega, escribe, que en aquella lengua la palabra “uno” es de un género indistinto, o sea ni masculino, ni femenino, y no indica con la persona, sino más bien unidad en la naturaleza. Robertson agrega: “Esta afirmación es el punto culminante de las pruebas de Cristo acerca de Su unidad con Dios. Motivando estas entre los fariseos un enojo incontrolable” (Archibald Thomas Robertson, Word Pictures in the New Testament, Broadman Press, Nashville 1932, t. 5, pág 186).
Queda claro entonces, que en el pensamiento de las personas que escuchaban a Jesús, no cabía ninguna duda que Él se consideraba como Dios. León Morris, director del Ridley College de Melbourne, escribe así,  “Los judíos solo podían considerar las palabras de Jesús como una blasfemia, por lo cual quisieron darle su merecido. El derecho indicaba que el blasfemo debía ser apedreado (cf Lev 24, 16). Estas personas sin embargo no quisieron actuar según el derecho legal. No lo acusaron ante las autoridades que hubieran podido dar los pasos necesarios. Llenos de rabia estaban dispuestos a actuar como jueces y verdugos a la vez” (León Morris, The Gospel According to John, en The New International Commentary on The New Testament, William B. Eerdmans Publishing Co., Grand Rapids 1971, pág 524).
Jesús fue amenazado con la lapidación por la “blasfemia”. Los judíos con toda seguridad entendieron su enseñanza, podemos aun preguntar, sí acaso por un momento se permitieron dudar acerca de sus aseveraciones.
Jesús constantemente hablaba de su unidad con Dios tanto en espíritu como en su naturaleza. Con seguridad decía: “si me conocierais a Mí, también conoceríais a Mí Padre” (Jn 8, 19b); y “Quién Me ve, ve a  Aquel que Me ha enviado” (Jn 12, 45); El que me odia, odia también a mi Padre” (Jn 15, 23);  “para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado” (Jn 5, 23) etc. Las citas anteriores, atestiguan con toda seguridad que Jesús se consideraba algo más que solo un hombre. Se presentaba siempre como igual a Dios. Aquellos que dicen, que Jesús era más cercano a Dios que otras personas, que piensen acerca de esta frase: “Sí no me adoras igual como adoras a Dios, a ninguno de los dos adoras”.
Durante una clase que dirigía en la Universidad de Virginia del Sur para estudiantes de filología, un profesor me interrumpió diciendo: que solo en el Evangelio según San Juan – que fue el mas tardío- Jesús asegura que es Dios. Luego aseveró que en primero de los Evangelios que se escribió, el de San Marcos, no existe ninguna cosa que recuerde esta afirmación, acerca de que Jesús se llama a sí mismo Dios. Seguro es que esta persona o no leyó en absoluto el Evangelio según San Marcos o lo hizo sin prestarle mayor atención.
Como respuesta tomé el Evangelio mencionado, Jesús asegura en el, que tiene el poder para perdonar los pecados: “Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (Mc 2, 5; cf Lc  7, 48-50). Según la Ley judía, solo Dios tiene este poder. El libro del profeta Isaías (43, 25), advierte que este privilegio le pertenece –y en exclusiva- solo a Dios. Los escribas pensaban: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?» (Mc 2, 7). A lo que Jesús les contestó con una pregunta: “¿Qué es más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o decir: "Levántate, toma tu camilla y anda?"  (Mc 2, 9).
Según un comentario de Wycleff, “es esta una pregunta que no se puede contestar”, ambas afirmaciones son muy fáciles de pronunciar, pero para decir estas palabras y transformarlas en una acción, es necesario el poder de Dios. Un timador, no queriendo ser descubierto hubiera utilizado la primera frase, sin embargo, “Jesús, sanó a un enfermo para que las personas se convencieran, que esa acción estaba en su poder” (The Wycliffe Bible Commentary, Charles F. Pfeiffer y Everett F. Harrison (red.), Moody Press, Chicago 1962, págs 943-944). En ese momento los sacerdotes judíos lo acusaban de blasfemia. Lewis Perry Chafer, escribe: que “nadie sobre la tierra tiene el poder y el derecho de perdonar los pecados, nadie puede perdonar los pecados aparte de Aquel contra el que todos pecamos. Cuando Cristo le perdono los pecados al paralítico –que con toda seguridad realizó- no aprovechó ningún privilegio humano. Ya que nadie aparte del mismo Dios puede perdonar los pecados, también con esto quedó demostrado que Cristo es Dios, porque Él perdonaba los pecados (Lewis Perry Chafer, Systematic Theology, Dallas Theological Seminary Press 1947, t. 5, pág 21).
Por algún tiempo este asunto del perdón de los pecados no me dejó en paz, porque no la entendía en su totalidad. Cierto día, durante una clase de filosofía, contestando a una pregunta acerca de la Divinidad de Cristo, cité los versículos más arriba escritos del Evangelio según San Marcos. Uno de los estudiantes, cuestionó mi conclusión, acerca de que el perdón realizado por Cristo indicaba su divinidad. Dijo, que él también podría perdonarle los pecados a alguien y eso en absoluto significaría que él es Dios. Meditando sus palabras, repentinamente comprendí el por qué los sacerdotes judíos reaccionaron en contra de Jesucristo. Ciertamente, se puede decir “te perdono” pero solo sí fuera la persona contra la que se pecó. En otras palabras, sí has pecado (me has ofendido) contra mí, puedo decir “te perdono”. Cristo, en cambio, estaba en otra situación. El paralítico tenía en su conciencia, pecados en contra de Dios Padre, y Jesús en Su Nombre, le dijo: “tus pecados, te son perdonados”. Es cierto, podemos perdonar a alguna persona el daño que nos haya hecho, pero de ninguna manera podremos perdonar los pecados que se han cometido contra Dios, a menos que seamos el mismo Dios. Eso fue exactamente lo que realizó Jesús.
Nada extraño entonces que los judíos hayan protestado cuando un carpintero de Nazaret emitía tan fuertes palabras. El poder para perdonar los pecados es un claro ejemplo de que Jesús se servía de un privilegio que pertenecía solo a Dios.
El Evangelio según San Marcos, nos presenta también el proceso a Jesús (14, 60-64). Su descripción es uno de los más claros ejemplos que atestiguan de que Jesús creía en su propia Divinidad. “Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y poniéndose en medio, preguntó a Jesús: “¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?” Pero Él seguía callado y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Dios Bendito?” Y dijo Jesús: «Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre y venir entre las nubes del cielo». El Sumo Sacerdote se rasga las túnicas y dice: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?» Todos juzgaron que era reo de muerte.
Como Jesús no contestaba a las preguntas, el Sumo Sacerdote lo obligó con juramento. Estando bajo juramento Jesús tuvo que hablar (y me alegro de que así lo haya hecho). A la pregunta “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Dios Bendito?” contestó: “Sí, yo soy”.
El análisis de la declaración de Cristo nos indica que Él se consideraba como (1) Hijo del Dios Bendito, (2) como Aquel que se sentará a la derecha del Todopoderoso y (3) como el Hijo del Hombre “que vendrá entre las nubes del cielo”. Cada una de estas declaraciones tiene un carácter claramente mesiánico. Es muy importante el efecto causado por las tres afirmaciones hechas en forma unitaria. El Sanedrín, el Tribunal judío las entendió perfectamente, y el Sumo Sacerdote respondió a ellas rasgando sus vestiduras y diciendo: “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?” Al fin ellos lo escucharon de Él mismo, fue condenado por Sus propias palabras.
Robert Anderson considera: Ninguna prueba es más convincente que la posición de los testigos que lo acusaban y este es el hecho que Nuestro Señor se declaraba a si mismo como Dios, esto va en directa relación con la posición de sus acusadores. Debemos recordar que los judíos no eran un grupo de salvajes maleducados, sino que un pueblo de gran cultura y alta religiosidad. Justamente, por la acusación por blasfemia, Jesús fue condenado unánimemente a muerte –por el Sanedrín- el más alto tribunal nacional, en el que participaban los más importantes dignatarios religiosos judíos, entre ellos personas del corte de Gamaliel y uno de sus más importantes discípulos, Saulo de Tarso (Robert Anderson, The Lord from Heaven, James Nisbet and Co., Ltd., Londres 1910, pág 5).
Es más que claro que Jesús quiso dar un testimonio así de sí mismo. Vemos también que los judíos recibieron sus palabras como una afirmación de su propia Divinidad. Quedan pues, dos posibilidades para decidir, o sus propias declaraciones eran una blasfemia, o realmente Él era Dios. Sus jueces consideraron el caso claramente – tan claramente que lo crucificaron y después se burlaban de Él porque “Confió en Dios (…)  Pero sí dijo: “Soy Hijo de Dios” (Mt 27, 43).
H.B. Swete aclara notablemente el significado de las rasgadura de sus vestimentas por el Sumo Sacerdote: “La Ley le prohibía al Sumo Sacerdote, rasgar sus vestiduras con ocasión de pleitos particulares (cf Lev 10, 6; 21, 10), solo que cuando ejercía como juez; las costumbres le indicaban reaccionar de esta forma solo sí en su presencia se pronunciaba una blasfemia. Realmente se sintió liberado de toda responsabilidad, al no haber ningún testigo de cargo digno de fe,  pero la necesidad de ese testigo desapareció en el momento, cuando el Reo confesó su culpa, Él mismo”. (Henry Barclay Swete, The Gospel According to St. Mark, Macmillan and Co., Ltd., Londres 1898, pág 339).
Comenzamos a comprender, que no se trataba de un proceso común, como nos indica el abogado Irwin Linton: “Este proceso se diferencia de otros procesos de la justicia criminal pues el acusado no fue juzgado por sus actos, sino por su identidad. La acusación presentada contra Cristo, su declaración, su reconocimiento o mejor dicho su acción la que realizó en presencia del tribunal, por la que fue condenado, su interrogatorio por el Procurador Romano, como también Sus palabras en la Cruz en los momentos de la ejecución, están relacionados con una pregunta que se refiere a la verdadera identidad y  dignidad de Cristo. “¿Qué juzgan ustedes acerca de Cristo? ¿De Quién es Hijo?” (Irwin H. Linton, The Sanhedrin Verdict, Loiseaux Brothers, Bible Truth Depot, Nueva York 1943, pág 7).
El juez Gaynor, un conocido abogado de Nueva York, opinando acerca del tema del proceso hecho a Jesús, mantiene que justamente fue la blasfemia el motivo de la acusación por la que fue llevado ante el tribunal.  Dijo: “Todos los cuatro Evangelios muestran a las claras que el crimen por el que Jesús fue acusado y condenado fue la blasfemia: (…) Jesús aseveraba que el poseía una fuerza sobrehumana, lo que en el caso de un hombre era considerado como una blasfemia”. (Charles Edmond Deland, The Mis – Trials of Jesus, Richard G. Badger, Boston 1914, págs 118-119). Gaynor considera esto como la causal de la condena, “porque que Jesús se igualaba en identidad con Dios” y no por sus dichos acerca del Templo (Jn 10, 33).
En la mayoría de los procesos judiciales, se juzga a las personas por sus actos, pero en el caso de Jesucristo importaba otra causa. Jesús fue juzgado por quién Él era.
El proceso realizado a Jesús, debería bastar para convencernos que Él reconocía Su Divinidad. Sus jueces eran testigos de ello. En el día de Su crucifixión sus enemigos aseveraron, que Jesús se consideraba a sí mismo como Dios encarnado. Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de Él diciendo: A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en Él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: "Soy Hijo de Dios" (Mt 27, 41-43).


Josh McDowell


JESÚS, MÁS QUE UN CARPINTERO.



CAPÍTULO II


Dios, ¿Un timador o un loco?


Estas importantes pruebas de Jesús acerca de Su Divinidad, se encuentran habitualmente en contra posición con las más populares emitidas por los escépticos quienes consideran a Jesús como a un hombre bueno, con altos valores morales o como a un profeta, que anunciaba muchas cosas muy sabias. Cuantas veces estas conclusiones son aquellas únicas aceptadas por los estudiosos, sobre todo porque se asimilan fácilmente a su forma de pensar. La dificultad radica en que mucha gente no se percata del error que esto conlleva.
Para Jesús era muy importante lo que la gente opinara acerca de Él. Repitiendo lo que Jesús decía acerca de sí y por quién se tenía, no podemos llegar a la conclusión, que Él era solo un buen hombre, con altos valores morales, o solo un profeta. No existe esa posibilidad y Jesús nunca pretendió que ello ocurriese.
C.S. Lewis, quien fuera profesor de la Universidad de Cambridge y en un tiempo agnóstico, entendió todo este asunto muy bien. Esto es lo que escribe: “Quiero aquí corregir una cosa muy tonta que se escucha habitualmente: <Estoy dispuesto a aceptar a Jesús como a un Gran Maestro – moralista, no acepto sin embargo, sus aseveraciones acerca de su divinidad>. No nos está permitido decir estas cosas. Un hombre que fuera solo eso y enseñara lo que enseñaba Jesús no sería un gran maestro - moralista. Sería, o un loco, como un hombre que aseverara que es un huevo duro – o el mismo demonio del infierno. Debemos decidirlo nosotros mismos. O este hombre fue y sigue siendo el Hijo de Dios, o un loco o alguien aun peor”.
Más adelante Lewis agrega: “Puedes considerar a Jesús como a un tonto, puedes escupirlo como sí estuvieras ahuyentando a un demonio; puedes también caer a sus pies y llamarlo Señor y Dios. Pero no creemos esta imagen absurda de que Él solo era un gran hombre y maestro. Él no nos dejó esa posibilidad de elegir. Nunca tuvo esa intención” (C.S. Lewis, Mere Christianity, The MacMillan Company, Nueva York 1960, págs 40-41).
F.J.A. Hort, quien consagró veintiocho años de su vida al estudio del  texto del Nuevo Testamento escribe en referencia a Jesús: “Sus palabras indicaban en forma tan completa su identidad, que perderían por completo su significado si las separáramos de su divinidad y dijésemos que solo se tratara de un vidente o un profeta de Dios, sí separáramos cada una de sus afirmaciones de Su Divinidad, se dividirían en trozos inconexos” (F.J.A. Hort, Way, Truth, and the Life, MacMillan and Co., Nueva York 1894, pág 207).
Kenneth Scott Latourette, historiador del cristianismo en la Universidad de Yale, opinó lo siguiente: “No es la enseñanza de Jesús la que decide acerca de su grandeza, aun cuando gracias a ella conseguiría desde ya ese reconocimiento. Es decisiva la unidad de la persona con la enseñanza que predica. Estas dos partes son inseparables”. Latourette termina diciendo: “Para cada lector de los Evangelio debe quedar en claro, que Jesús anunciaba la unidad entre Su persona y Su misión, como algo inseparable”. Era un Gran Maestro, pero no solo eso. La enseñanza que predicaba acerca del Reino de Dios, acerca del comportamiento humano y de Dios mismo era importante, sin embargo, no se puede separar esta enseñanza de Su persona sin destruirla. Esa era también su posición” (Kenneth Scott Latourette, A History of Christianity, Harper&Row, Nueva York 1953, págs 44 y 48).
Jesús aseveraba que es Dios. No nos dejó ninguna posibilidad para que creyéramos en forma diferente. Esta aseveración solo puede ser verdadera o falsa, por tanto hay que discernirla correctamente. La pregunta de Jesús dirigida a sus discípulos: Díseles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16, 15), esta pregunta podría tener una variedad de respuestas.
Supongamos primero. que Sus pretensiones a la divinidad eran infundadas, Sí así era y estas eran infundadas tenemos con ello solo dos posibilidades. O sabía que eran infundadas o no lo sabía. Veamos cada circunstancia por separado y estudiemos las diferentes pruebas en ellas.


2.1. ¿Era un mentiroso?


Sí Jesús aseverando que era Dios, sabía que no lo era, entonces mentía y engañaba premeditadamente a sus discípulos. Sí realmente era un mentiroso, también tendría que haber sido un hipócrita, pues recomendaba a todos que practicaran la honradez, mientras que Su vida y sus enseñanzas habrían sido una gran mentira. En fin, tendría que haber sido el diablo pues mediante la mentira inclinaba a las gentes a entregarle a Él sus vidas (en la eternidad). Sí mantenía sus palabras y se percataba a la vez de que eran falsas, entonces era particularmente malvado. Pero además, también era tonto, porque justamente estas aseveraciones acerca de Su Divinidad lo llevaron a la crucifixión.
Muchos dicen que Jesús era un buen maestro – moralista. Seamos sin embargo, realistas. ¿Cómo pudo ser un gran maestro – moralista y conscientemente llevar al pueblo al error en referencia al punto más importante, esto es su propia identidad?
Tendríais que llegar a la conclusión que era un experto timador. Esta idea no concuerda sin embargo, con lo que de Él sabemos, tanto por sus frutos de vida como por su enseñanza. En cualquier lugar donde fuera anunciada la Palabra de Jesús, las personas cambiaban su modo de vida para mejor, los pueblos se hacían mejores, los ladrones se volvían honrados, los alcohólicos eran sanados, las personas llenas de odio y rencor se transformaban en portadores del amor, los injustos, se volvían justos.
William Lecky, uno de los mas importantes historiadores británicos y abierto detractor del cristianismo organizado, escribe: “Solo el cristianismo tuvo el derecho de presentar al mundo el Ideal, que durante dieciocho siglos inspiró los corazones humanos con un fuerte amor; ocurrió que Él es capaz de actuar a través de las generaciones, los pueblos, indistintamente en relación a su temperamento y su lugar de residencia; no solo fue el mejor en la enseñanza de las virtudes sino que también en la forma de ponerlas en práctica (…) Un sencillo relato de estos tres cortos años de labor pública, nos muestra que, hizo más por la renovación y la pacificación de la humanidad que todas las reuniones de filósofos y consejos de los moralistas” (William E. Lecky, History of European Morals from Augustus to Charlemagne, D. Appleton and Co., Nueva York 1903, t. 2, págs 8 – 9).
El historiador Philip Schaff dice: “Esta afirmación (la divinidad de Jesús), sí acaso no es verdadera, debe ser una clara blasfemia o una locura, la primera hipótesis tiene que dirigirse a la faz de una moral pura y al título de Jesús, que podemos encontrar en cada una de sus palabras y en cada una de sus acciones, que nos son ampliamente conocidas. El engaño a sí mismo en este caso tan importante, realizado por la mente, bajo cualquier aspecto debe ser desechado. ¿Cómo hubiera sido posible que haya sido un vidente o un loco, alguien que jamás perdió la conciencia, alguien que conscientemente aceptó atravesar una mar de problemas y persecuciones, quién siempre daba la mejor respuesta a las preguntas capciosas, quién con tranquilidad y conocimiento anunció su propia muerte en la cruz, su resurrección al tercer día, el envío del Espíritu Santo, la institución de la Iglesia, la destrucción de Jerusalén – profecías que en su totalidad y sin excepción se cumplieron? Una figura tan excepcional, tan plena, tan enteramente completa, tan excelente, tan humana, y a la vez tan por encima de toda grandeza humana, no podría ser un timador, o un personaje inventado. Un poeta –como alguien con acierto dijera- tendría que ser en este caso, más importante que el héroe que describiera en sus poemas. Para crear a un personaje como Jesús, necesitaríamos a alguien superior a Jesús” (Philip Schaff, History of the Christian Church, William B. Eerdmans Publishing Co., Grand Rapids 1962 (reimpresión del original de 1910), pág 109).
En otra parte el mismo Schaff presenta un argumento más convincente, contra la tesis de que Jesús fuera un timador: “En nombre de una mente sana. de la lógica y del conocimiento, ¿cómo pudo un timador – un hombre mentiroso, egocéntrico, depravado – de principio a fin, inventar y mantener consecuentemente la mas noble y pura figura moral, que haya conocido jamás  el mundo, conservando la mejor impresión de su veracidad y realidad? ¿Cómo pudo implementar y luego hacer vida un plan de las mejores acciones, grande y potencialmente moral, para luego dar su vida por el ante las mas grandes recomendaciones que le hacían las personas de sus tiempos?” (Philip Schaff, The Person of Christ, American Tract Society, Nueva York 1913, págs 94-95).
Sí Jesús quería que los hombres lo escucharan y le creyeran que era Dios, ¿por qué su anuncio lo hizo entre los judíos? ¿Por qué siendo un carpintero de Nazaret se dirigió a un pueblo tan pequeño en consideración a su territorio y a sus habitantes, quienes creían ciegamente en un solo Dios? ¿Por qué no eligió Egipto o aun mejor Grecia, dónde creían en varios dioses y dónde muchos le habrían rendido honores?
Alguien que vivió como Jesús, enseñó como Jesús y murió como lo hizo Jesús, no puede haber sido un timador. ¿Existen otras posibilidades?


2.2 ¿Era acaso un loco?


Como ya nos hemos dado cuenta, es imposible imaginarse que Jesús haya sido un timador, en ese caso, a lo mejor solo creía que era Dios y estaba en un error. Por fin, se puede no tener la razón y a la vez estar convencido de tenerla. Debemos recordar, que considerarse como Dios, especialmente en una cultura tradicionalmente monoteísta, además de propagarlo entre los demás, indicándoles que todo su futuro  depende de que crean en Él, no es solo una pequeña fantasía, sino el pensamiento de un loco, en todo el sentido de la palabra. ¿Acaso Jesucristo era una persona así?
Alguien convencido de su divinidad es como alguien que hoy en día aseverara que es Napoleón. Se engañaría a sí mismo y seguramente sería encerrado en algún lugar para que no se hiciera daño a sí mismo ni a los demás. Pero en Jesús no observamos estos comportamientos anormales u desubicados que acompañan habitualmente a la locura. Sí realmente hubiese sido un loco su ubicación y control de sí mismo hubieran sido extraordinarios.
Noyes y Kolb en su trabajo (Arthur P. Noyes, Lawrence C. Kolb, Modern Clinical Psychiatry, Saunders, Philadephia 1958 (5ª Edición), describen a un esquizofrénico como a una persona mas autista que realista. El esquizofrénico desea huir de la realidad. Miremos la realidad: la aseveración de la propia divinidad, seria indudablemente una forma de huir de la realidad.
A la luz de otras cosas que conocemos acerca de Jesús, difícil sería creer que fuera el una persona con alguna enfermedad mental, fue un hombre que dijo algunas de las palabras más sabias que hayan quedado jamás anotadas. Sus enseñanzas liberaron a muchos que eran prisioneros de la locura. Clark H. Pinnock,  hace la siguiente pregunta: ¿Acaso él se deleitaba con su inestabilidad, era acaso un paranoico, un timador no pensante, un esquizofrénico? Y nuevamente, la profundidad y efectividad de sus enseñanzas nos confirman solo la tesis acerca de su entera normalidad mental. ¡Sí todos tuviéramos su inteligencia! (Clark H. Pinnock, Set Forth Your Case, The Craig Press, Nueva Jersey 1967, pág 62).  Supe por cierto estudiante de California, que su profesor de psicología les dijo durante una clase, que “bastaba que el tomara La Biblia en sus manos y leyese algunos versículos acerca de las enseñanzas de Jesús a sus pacientes. Con esto, muchos de ellos no necesitarán más, otros consejos”.
El siquiatra J.T. Fisher asevera: “Sí pudiésemos reunir todos los escritos verídicos, que alguna vez hayan sido escritos por los mejores sicólogos y siquiatras en relación al tema de la salud mental, sí pudiésemos reunirlos todos sacando sus títulos, sí pudiésemos extraer de ellos la naturaleza misma del tema,  y sí pudiésemos entregar esta enseñanza pura y magnífica a los poetas para que ellos la transcribieran, obtendríamos un resumen mal hecho del “Sermón de la Montaña”, al compararlo con el original nos daríamos cuenta de cuánto le faltaría. Desde hace casi dos mil años, el mundo cristiano tiene en sus manos, las respuestas a todas sus preguntas que tanto temor le infunden. Esa (…) es la la enseñanza obtenida de la vida de un hombre lleno de optimismo, de excelente salud mental y de felicidad” (J.T. Fisher, L.S. Hawley, A Few Buttons Missing, Lippincott, Philadelphia 1951, pág 273).
C.S. Lewis escribe: “Existiría una gran dificultad histórica sino utilizáramos el cristianismo para explicar la vida, las palabras y el influjo de Jesús. Nunca se ha podido explicar correctamente la diferencia entre la profundidad y el pensamiento (…) Sus enseñanzas morales y la gran megalomanía que tendría que esconderse tras sus enseñanzas teológicas, sí acaso realmente no fuera Dios. De allí que exista un gran cantidad de hipótesis no cristianas que se dedican a “cambiar las creencias, en agua” (C.S. Lewis, Miracles: A Preliminary Study, The MacMillan Company, Nueva York 1947, pág 113).
Philip Schaff argumenta: “¿Si acaso un pensamiento – claro como el cielo, limpio como el aire de la montaña, afilado como la espada, completamente sano y fuerte, siempre listo y siempre tranquilo – acaso este pensamiento se hubiese dejado llevar por la ilusión en cuánto a su propia persona y misión? ¡Falso!” (Philip Schaff, The Person of Christ, cf pág 97).


2.3. ¿Era Dios?


Personalmente rechazo la idea acerca de que Jesús haya sido un timador o un loco. Entonces la única posibilidad que nos queda es que  realmente era (y es) Dios, como Él lo aseguraba.
Muy interesantes son las reacciones de la mayoría de los judíos con los que converso acerca de este tema. Me dicen habitualmente que Jesús era un gran moralista, un recto guía religioso, un buen hombre e incluso hasta un profeta. Entonces les hablo acerca de cómo quién se consideraba Jesús y luego comparto con ellos el material que he presentado en este capítulo en referencia a que sí Él era, un timador, un loco, o Dios mismo. Cuando les pregunto sí acaso Jesús era un timador, escuchó un rotundo “¡No!” Luego les pregunto: “¿Juzgan ustedes que era un loco?” La respuesta es: “¡Por supuesto que no!” “¿Lo consideran ustedes entonces como Dios?” Antes de que alcance a suspirar, escucho un fuerte: “¿Cómo se le ocurre?” Tienen varias opciones pero no escogen ninguna.
En el caso de estas tres alternativas a la pregunta no interesa sí alguna de ellas es posible, por supuesto que las tres lo son. La pregunta realmente debiera ser, “¿Cuál de ellas, es la mas probable?” Ustedes deberán decidir, ¿quién es realmente Jesús? y para eso no deberán meditarlo demasiado. No se debe tener a Jesús por un gran maestro, un moralista. O es un timador, o un loco, es Dios. Deben decidirlo ustedes mismos. Pero como escribió San Juan, “estos (signos) fueron consignados para que creyerais que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios y –lo más importante- que creyendo tengáis vida en Él” (Jn 20, 31).
Las pruebas claramente indican que Jesús es Dios. Algunos las rechazan debido a las consecuencias espirituales que esto les traería. No quieren cargar con la responsabilidad y los pecados que les significarían sí lo aceptaran como Dios.


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CAPÍTULO III


¿Qué es esta enseñanza?


Mucha gente trata de no unir su vida a Cristo aseverando que, sí algo no se puede probar científicamente, eso significa que es algo falso, o algo que no se puede aceptar. El hombre contemporáneo considera, que es demasiado inteligente para que pueda aceptar a Cristo como al Redentor o creer en la Resurrección – ya que la divinidad de Jesús y su resurrección no se pueden comprobar científicamente.
A menudo los estudiantes de historia o filosofía me retan de la siguiente manera: “¿Puede usted señor, probarlo científicamente?” Habitualmente les contesto: “En fin, no soy científico”. En respuesta escucho risitas y varias voces diciendo: “Entonces no hay de que hablar” o “Todo esto se refiere a la fe” (tienen en su mente una fe ciega).
Hace poco tiempo durante un vuelo a Boston conversaba con el pasajero que esta sentado a mi lado acerca de esto, porque personalmente creo que Jesús es Aquel que Él decía ser. El piloto que fue a saludar a los pasajeros, escuchó parte de nuestra conversación, dijo: “Hay un problema”, ¿Cuál? le pregunté, me respondió: “Esto no se puede probar científicamente”.
La mentalidad, a la cual se abajó hoy en día la humanidad, es increíble. Ocurre que en el siglo XX hay muchos que dicen (y creen) que aquello que no se puede probar científicamente ¡no es real! Es muy difícil probar cualquier cosa relacionada con un personaje o una acción histórica. Tenemos que entender cual es la diferencia entre una prueba científica y una prueba que yo llamo de derecho-histórico. Permítanme aclararles ambas pruebas.
La prueba científica consiste en demostrar que algo es un hecho que se puede demostrar en presencia de las personas que lo ponen en duda. En un lugar adecuado se realiza una observación, se sacan conclusiones y empíricamente se verifica la hipótesis.
“El método científico, de la forma en que lo definamos, está ligado con las pruebas visibles, los experimentos y una visión continua” (The New Encyclopaedia Britannica, Micropaedia, t. VIII, pág 985). Un ex – rector de la Universidad de Harvard, el doctor James B. Conant, escribe: “La enseñanza, es una serie de ideas unidas entre sí y de sistemas del pensamiento que nacieron a partir de experimentos y de la observación y que fructifican con posteriores experimentos y observaciones” (James B. Conant, Science and Common Sense, Yale University Press, New Haven 1951, pág 25).
Una de las técnicas básicas implementadas en el método actual de enseñanza, es la de la demostración de la verdad de la hipótesis mediante experimentos controlados. Por ejemplo, imaginemos ue alguien dice: “El jaboncito “Ivory”  flota en el agua”. Llevo pues a esta persona a la cocina, echo cinco litros de agua a 30º en el lavaplatos y tiro el jaboncito. Se realiza una observación, se sacan conclusiones y la hipótesis queda empíricamente verificada: el jaboncito “Ivory”, sí flota en el agua.
Sí acaso el método científico fuera la única manera de verificar cualquier cosa, no podrías, por ejemplo, comprobar que en la mañana fuiste a la primera clase o que almorzaste. Es imposible realizar estas cosas en un centro controlado.
Y lo que yo llamo la comprobación del derecho-histórico, gracias al cual podemos demostrara sin mayores dudas que algo ocurrió. Se llega al veredicto, basándose en material histórico existente. Lo importante es que éste material histórico no sea motivo de dudas para que no se pueda cuestionar el resultado.  Hay tres diferentes tipo de material histórica que sirven para comprobar los hechos: la palabra, los escritos y algunos elementos que hayan sido usados en la acción (por ejemplo, un arma, una bala de una carabina, anotaciones). Si nos servimos del método del derecho-histórico para probar los hechos, se puede acreditar sin mayores dudas: que estuviste en la mañana en la primera clase: te vieron tus compañeros, tienes los apuntes que tomaste en la clase, tú profesor lo recuerda.
El método científico se puede aprovechar únicamente para comprobar hechos que se pueden repetir; no sirve entonces para verificar la naturaleza de las personas o hechos históricos. El método científico no podría implementarse frente a una pregunta que dijera: “¿En realidad vivó George Washington?”, o “Martin Luther King, ¿fue uno de los principales defensores de los derechos humanos?”, “¿Quién fue Jesús de Nazaret?”, “¿Robert Kennedy, fue Ministro de Justicia de los EE. UU.?”, “Jesucristo, ¿realmente resucitó?” Las respuestas a las preguntas anteriores no pueden ser comprobadas, mediante la aplicación del método científico, entonces corresponde utilizar el método del derecho-histórico. En otras palabras, el uso del método científico, con sus sistema de observación, consecución de datos, construcciones de hipótesis, deducciones y verificaciones experimentales, con la intención de descubrir y aclarar empíricamente hechos de la naturaleza, no nos da suficientes pruebas, para preguntas como: “¿Es posible la Resurrección?”, o “¿Es que Jesús verdaderamente es El Hijo de Dios?”, cuando nos apoyamos en el método de derecho-histórico, debemos constatar la veracidad de los documentos.
Existe una cosa en el cristianismo que me interpela en forma especial, y esto es, que la fe cristiana no es ni ciega ni oscura, muy por el contrario es muy clara. En la Biblia cada vez que alguien anuncia su fe, lo hace forma completamente clara. En el Evangelio según San Juan, en el capítulo 8 Jesús dice: “Conozcan la verdad”, no la oscuridad. Cuando le preguntaron a Jesucristo: “¿Cuál es el mandamiento más importante de todos?”, Él contestó: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y toda tu mente”. El problema de la mayoría de las personas es que este amor le llega solo hasta el corazón. La verdad acerca de Cristo nunca alcanza a llegar a sus mentes. Nos fue dada la mente, concedida por el Espíritu Santo, para que podamos conocer a Dios, como también nos fue dado un corazón para que podamos amarlo y también la voluntad, para que podamos elegirlo a Él. Para que podamos estar alegres por un contacto vivo con Dios, y así alabarlo, para lograr esto debemos activar estas tres instancias. No sé cómo será esto en ti, estimado lector, pero mí corazón no se puede alegrar con algo que no acepte mí mente. Mí corazón y mí mente han sido creadas para que actúen en conjunto y en armonía. La entrega de nuestras vidas a Cristo como a nuestro Salvador y Señor, nunca ha sido para que matemos nuestra intelectualidad.
En los cuatro capítulos siguientes, nos ocuparemos en verificar los testimonios de los testigos vivientes y de los testimonios de palabra, como también de la veracidad de los documentos existentes, acerca de Jesús.



Josh McDowell


JESÚS, MÁS QUE UN CARPINTERO.



CAPÍTULO IV


La Biblia, ¿es digna de fe?


La principal fuente histórica acerca de Jesús, es el Nuevo Testamento. Por esta causa muchos historiadores de los siglos XIX y XX cuestionaron la veracidad de estos documentos. Estos documentos están siempre bajo la mira de sus acusadores, estos acusadores no tienen bases históricas para ello y muchas de estas acusaciones han caído por tierra gracias a diversos descubrimientos arqueológicos.
Cuando yo dictaba clases en la Universidad del Estado de Arizona, luego de una clase, se acercó a mí, cierto profesor de literatura, acompañado por un grupo de estudiantes, y me dijo: “Señor McDowell, todas sus aseveraciones acerca de Jesús, se basan en un documento del siglo II, que es muy anticuado, Hoy durante mis clases les dije a mis alumnos, que el Nuevo Testamento, fue escrito tanto tiempo después de la muerte de Cristo, que no puede ser muy exacto”.
Le repliqué: “Sus conclusiones y opiniones acerca del Nuevo Testamento, son desde hace 25 años absolutamente no actuales.
Las opiniones de ese profesor, acerca de la nula veracidad de los escritos acerca de Jesús, estaban basados en las conclusiones de un crítico alemán. F.C. Baur. Éste partía de la conclusión, que la mayor parte de las Sagradas Escrituras del Nuevo Testamento habían sido escritos recién a finales del siglo segundo, después de Cristo. Concluía pues, que estos escritos habían nacido mayormente a partir de leyendas y mitos surgidos en un largo período acaecido entre la muerte de Cristo y la transcripción de estos cuentos.
Los descubrimientos arqueológicos de aun antes del siglo XX, comprobaron con exactitud los escritos del Nuevo Testamento. El descubrimiento temprano de manuscritos realizados en papiros (manuscrito de John Ryland, del año 130 después de Cristo; el papiro de Chester Beatty, del año 155 después de Cristo y el II papiro de Bodmer, del año 200 después de Cristo), cubrieron el espacio de tiempo entre los años de vida de Jesucristo y los manuscritos posteriores.
Millar Burrows de Yale, dice: “La comparación del Nuevo Testamento en griego con la lengua de los papiros, nos convenció de la veracidad del Nuevo Testamento” (Millar Burrows, What Mean These Stone, Meridian Books, Nueva York 1956, pág 52). Este tipo de descubrimientos, aumentaron la confianza de los estudiosos acerca de la veracidad de la Biblia.
William Albright, quien fuera uno de los mas importantes arqueólogos relacionado con las investigaciones acerca de la temática de los sucesos descritos en la Biblia, escribió: “Podemos ahora con toda seguridad aseverar, que no existe ninguna base sólida para datar cualquiera de los libros del Nuevo Testamento en el período posterior al año 80 dC., o sea, en dos generaciones completas anteriores a los años 130-150, que son habitualmente citados por lo más radicales críticos del Nuevo Testamento” (William F. Albright, Recent Discoveries in Bible Lands, Funk and Wagnalls, Nueva York 1955, pág 136). Repitió esta opinión en una entrevista que le fuera realizada en el magazín Christianity Today: “En mí opinión, todos los libros del Nuevo Testamento por un judío bautizado, entre la quinta y la novena década del primer siglo después de Cristo (con mayor seguridad, entre los años 50 a 75)” (Christianity Today, 1963, 18 de Enero, pág 3).
Sir William Ramsay, considerado como uno de los mejores arqueólogos de todos los tiempos, que procede de la escuela alemana de historiadores, quienes afirmaban que el Libro de Los Hechos de Los Apóstoles fue escrito alrededor de la mitad del segundo siglo después de Cristo y no durante el primero. Luego de estudiar las críticas contemporáneas de Los hechos de Los Apóstoles, llegó al convencimiento que Los Hechos no son dignos de crédito en la narración de aquellos tiempos (50 dC.) por lo cual no tienen mayor interés para los historiadores. En consecuencia, estudiando la historia del Asia Menor, Ramsay, casi no consultaba el Nuevo Testamento. Sin embargo, sus estudios lo obligaron –al final- a consultar los escritos de San Lucas. Observó en esos escritos la narración histórica realizada en forma muy escrupulosa y a raíz de esto, su opinión hacer de Los Hechos, comenzó a cambiar. Tuvo por fin que llegar a la conclusión que, “Lucas es un excelente historiador” (…) como autor, debiera de ser clasificado como uno de los historiadores más importantes” (Sir William Ramsay, The Bearing of Recent Discovery on The Trustworthiness of Teh New Testament, Hodder and Stoughton, Londres 1915, pág 222). Ramsay al fin reconoció que, en relación a la exactitud de Los Hechos, hasta en los mas pequeños detalles, es imposible que este documento correspondiese al siglo segundo, si no mas bien a la mitad del primero.
Muchos estudiosos liberales, se vieron obligados a aceptar que el Nuevo Testamento data de los comienzos (de la era cristiana). Las conclusiones del Dr. John A.T. Robinson, anotadas en su libro Redating The Nwe Testament (Nueva fecha de data del Nuevo Testamento) son muy radicales. Sus estudios lo llevaron al convencimiento, que el Nuevo Testamento completo, fue escrito antes de la destrucción de Jerusalén en el año 70 dC. (John A.T. Robinson, Redating The New Testament, SCM Press, Londres 1976).
Hoy los críticos formales (los seguidores de la escuela de Formgeschicht), afirman que las informaciones escritas en los Evangelios, antes de que fueran escritas, fueron repetidas de boca en boca, a pesar de que este período fue bastante mas corto que el que se creía en un comienzo, afirman que los Evangelios, tomaron la forma de los escritos populares (leyendas, sueños, mitos y cuentos).
Uno de los principales argumentos en contra de las aseveraciones de los críticos formales acerca del desarrollo de la tradición oral, es el hecho, que para que se realizaran estos cambios en la relación de lo transmitido, debiera de transcurrir muchísimo más tiempo. Considerando que el período fue muy corto en los sucesos y su posterior escritura, el profesor Simón Kistenmaker, biblista del Dordt College, escribe: “Comúnmente, la conformación del folclor entre los pueblos primitivos dura varias generaciones; es un proceso, que dura varios siglos. De acuerdo con el pensamiento de los críticos formales, tendríamos que llegar a la conclusión, que la relación de los Evangelios, fue creada y reunida en apenas una generación. Según la idea de los críticos formales, la formulación de las diferentes partes de los Evangelios, tendría que ser entendido como un proceso realizado en un tiempo excesivamente corto” (Simón Kistenmaker, The Gospels in Current Study, Baker Book House, Grand Rapids 1972, págs 48-49).
A.H. McNeile, antiguo profesor de teología de la Universidad de Dublín, cuestiona la concepción de los formalistas en relación a la tradición oral. Indica, que los formalistas, no se ocupan en forma muy exacta con la tradición relacionada con las palabras de Jesús. Un estudio prolijo de la Primera Carta a Los Corintios (cf 7, 10.12.25), asegura la existencia y la exactitud de  la verdadera (transcripción y) tradición de Sus palabras. En la religión judía existía entre los estudiantes (discípulos), la costumbre de recordar las enseñanzas de su maestro (rabino). Un buen estudiante era comparado con “un cántaro que no deja escurrir una gota” (Mishna, Abot, II, 8). Sí aceptamos la teoría de C.F. Burney, presentada en el libro: The Poetry of Our Lord (La Poesía de Nuestro Señor), editada en 1925, podemos suponer, que la mayor parte de las enseñanzas de Jesús, tenían la forma de una poesía aramea, lo que significaba, que eran, por tanto, más fáciles de recordar (A.H. McNeile, An Introduction to The Study of The New Testament, Oxford University Press, Londres 1953, pág 54).
Paul L. Maier, profesor de historia antigua, de la Universidad de Michigan, escribe: “Los argumentos que dicen, que el cristianismo creo el mito de Semana Santa en el transcurso de un largo tiempo, o que las bases de esto fueron escritas muchas años después de ocurridos, no se ajustan a los hechos” (Paul L. Maier, First Easter: The True and Unfamiliar Story, Harper and Row, Nueva York 1973, pág 122). Analizando la crítica de los formalistas, asimismo Albright escribió: “Solo los estudiosos contemporáneos, quienes no implementan el método histórico, ni tampoco las perspectivas, pudieron definir tal red de especulaciones, las que tomaron los seguidores de Formgeschicht y con ello tratan de derribar la tradición de los evangelistas”. La conclusión de Albright, fue la siguiente: “un período de entre veinte y cincuenta años es demasiado corto para que pudieran llegar a producirse falsificaciones de los verdaderos sucesos, incluso no pudieron generarse tergiversaciones de las palabras utilizadas por Jesús” (William F. Albright, From the Stone Age to Christianity, John Hopkins Press, Baltimore 1946 (2ª Edición), págs 297, 298).
Habitualmente cuando converso con alguien acerca de la Biblia, escucho una respuesta sarcástica, que no se puede creer, lo que dice la Biblia. Recordemos que fue escrita hace casi 2000 años atrás. Está llena de errores e inexactitudes. Les contestó entonces, que yo estoy seguro de su fiabilidad. Presento ante ustedes un incidente que ocurrió durante el tiempo en que trabajaba enseñando historia. Comprobé entonces, que según mi opinión existen más hechos que prueban la fiabilidad de Las Sagradas Escrituras, que los diez mejores textos de literatura clásica en conjunto. Uno de mis alumnos, un profesor que se encontraba en un rincón, se rió bajito, como si quisiera decir: ¡Oh Dios, pero qué tontería! Le pregunté: “¿qué le molesta a usted señor?”. Contestó: “La fuerza con la que usted afirma entre los estudiantes de historia, que el Nuevo Testamento es fiable. Esto es risible”. En fin, me gusta cuando alguien me presenta la situación así, porque también me gusta en estos casos hacerle una pregunta muy inocente (a la cual nunca he recibido una respuesta positiva). Le pregunté: “Le pido que diga como historiador, qué criterios utiliza usted para determinar sí una posición de la literatura histórica es probablemente fiable o es definitivamente fiable”. Extraño, pero dijo que no utilizaba ningún tipo de criterios. Le dije: “Yo en cambio si los utilizo”. Considero, que la fiabilidad histórica de las Sagradas Escrituras debe ser verificada utilizando los mismos criterios que se utilizan para comprobar todos los demás documentos históricos. El historiador de los ejércitos, C. Sanders nombra y describe, tres tests pertenecientes a la historiografía. Son ellos: el test bibliográfico, el test de las pruebas internas y el test de las pruebas externas (C. Sanders, Introduction to Research in English Literary History, Macmillan Company, Nueva York 1952, pág 143 y ss).


4.1. Test Bibliográfico.

El test Bibliográfico, consiste en el estudio del proceso de la escritura del texto, gracias al cual el documento llega hasta nosotros. En otras palabras, cuando no poseemos el documento original, debemos determinar cuán fiables son las copias que se encuentran en nuestro poder, tomado en cuenta la cantidad de manuscritos y el tiempo transcurrido entre la escritura del primer original y la copia que ha llegados hasta nosotros.
Podemos en su totalidad apreciar la enorme riqueza que contienen las fuentes del Nuevo Testamento, comparándolas con materiales de otras obras de la antigüedad.
La historia de Tucidides (460-400 aC.) nos es conocida, gracias a apenas ocho manuscritos procedentes de aproximadamente el año 900 dC., o sea, eso significa que fueron descubiertos casi 1300 años después de ser escritos. Los Manuscritos  Históricos de Herodoto son también muy posteriores y muy pocos y a pesar de eso, como concluye F.F. Bruce: “Ningún humanista aceptaría la aseveración que la autenticidad de Herodoto y de Tucidides es dudosa, a pesar de que los manuscritos mas tempranos de las obras que de ellos poseemos datan de más de 1300 años de que fueran escritos sus originales” (F.F. Bruce, The New Testament Documents: Are They Reliable?, Inter Varsity Press, Downers Grove, Illinois 1964, pág 16).
Aristóteles escribió su Poética, alrededor del año 343 aC., y sucede que la primera copia de esa obra procede recién del año 1100 dC., (más de 1400 años de diferencia y solo cinco manuscritos existentes).
Cesar, escribió su historia de las Guerras Galas, entre los años 58 y 50  antes de Cristo, y su autenticidad se basa en nueve o diez copias descubiertas mil años después de su muerte.
Cuando llegamos a comprobar la autenticidad de los manuscritos del Nuevo Testamento, nos encontramos con un material tan rico –en comparación de otros textos- que hasta nos causa dificultades. Luego del descubrimiento de los primeros papiros manuscritos, que nos demostraron el por qué se habían “extraviado” entre la época de Jesús y el siglo segundo, vio la luz, diariamente, una gran cantidad de otros manuscritos referentes. Actualmente conocemos más de 20.000 copias de diferentes manuscritos del Nuevo Testamento. La Ilíada, con 643 manuscritos, ocupa el segundo lugar en cuanto a la fidelidad de los mismos, después del Nuevo Testamento.
Sir Frederic Kenyon, quien fuera director y bibliotecario en jefe en el British Museum, y las más gran autoridad en lo que a manuscritos se refiere, aseguró: “El tiempo transcurrido entre el primer original y el descubrimiento del primero de ellos que prácticamente no tiene ningún significado. Entonces, la última fuente de inseguridad acerca de que sí acaso las Sagradas Escrituras han llegado hasta nuestros tiempos, modificadas, ha quedado eliminada. Por lo mismo la autenticidad y la total integración de los libros del Nuevo Testamento, como se puede ver, ha sido debidamente demostrada” (Sir Frederic Kenyon, The Bible and Archaeology, Harper and Row, Nueva York 1940, págs 288, 289).
El estudioso de la lengua griega, J. Harold Greenlee, investigando el Nuevo Testamento, agrega: “Considerando que los estudiosos consideran las obras de los clásicos antiguos como generalmente fiables, aun cuando los manuscritos mas tempranos hallados proceden de tiempos muy alejados con respecto a sus originales y la cantidad de esos manuscritos en muchos casos es ínfima, no cabe duda acerca de la veracidad del Nuevo Testamento y no se puede negar” (J. Harold Greenlee, Introduction to The New Testament Textual Criticism, William B. Eerdmans, Publishing Company, Grand Rapids 1964, pág 16).
La implementación del Test Bibliográfico en relación al Nuevo Testamento, confirma nuestro convencimiento, que la fiabilidad de sus manuscritos, es mayor que, la de cualquier otra obra de la literatura antigua. Agregando a esta fiabilidad más de 100 años de estudios intensivos y críticos del Nuevo Testamento, se puede llegar a la conclusión, que la autenticidad de los textos del Nuevo Testamento ha quedado demostrada fuera de toda duda.


4.2. Test de las Pruebas Internas.


El Test Bibliográfico, solamente determina, que los textos de los que disponemos son copias fieles de los originales. Tenemos aun que demostrar, sí acaso los escritos originales son fiables y hasta que punto. Se ocupa de ello, el Test Historiográfico, mencionado por Sanders.
En esta etapa, los críticos literarios usan constantemente la idea aristotélica: “Al Documento le corresponde el derecho de la duda. El crítico no puede arrogarse ese derecho”. En otras palabras, como considera John W. Montgomery: “Hay que “escuchar” las verdades que anuncia el documento que estamos analizando y no considerar de antemano que el mismo es falso o inexacto, a menos que su propio autor se descalifique escribiendo en el cosas contradictorias” (John Warwick Montgomery, History and Christianity, Inter Varsity Press, Downers Grove, Illinois 1971, pág 29).
El Dr. Louis Gottschalk, quien fuera profesor de historia en la Universidad de Chicago, presenta grosso modo su método histórico en un manual utilizado por muchos profesores en los estudios históricos. Gottschalk considera, que la capacidad de anunciar la verdad hecha por un escritor o por un testigo, le sirve de mucha ayuda a un historiador para definir la fiabilidad, “aun si tuvieramos que estudiar un documento tomado por la fuerza o en forma poco honrada, o en cualquier forma indebida, o que su base sea considerada como dichos” (Louis R. Gottschalk, Understanding History, Knopf, Nueva York 1969 (2ª Edición) pág 150).
Esa “capacidad para anunciar la verdad”, está íntimamente relacionada con la cercanía que haya tenido el testigo, con los hechos, tanto en el lugar como en el tiempo, de los hechos que se narran. Los escritos novo testamentarios acerca de la vida y las enseñanzas de Jesús, proceden de personas que o fueron testigos presenciales, o estaban directamente relacionados con ellos.

Lc 1, 1-3: Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo”.

2Pe 1, 16: “Os hemos dado a conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad”.

1 Jn 1, 3: lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo”.

Jn 19, 35: El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis”.

Lc 3, 1: Ocurrió esto en el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene”.

La cercanía de los acontecimientos en relación al período en el que escribieron los sucesos, es el mejor instrumento para asegurarnos la veracidad del testimonio. Recordemos que el historiador se encuentra también con testigos oculares que aun cuando estaban relacionados directamente con los hechos, no dicen –consciente o inconscientemente- la verdad, aun cuando pudieran decirla.
Los escritos novo testamentarios acerca de Cristo ya existían durante la vida de algunos de los testigos, quienes recordaban a Jesús. Estas personas con toda seguridad podrían haber aseverado acerca de la autenticidad de los escritos, o en su defecto, negarla. Presentando argumentos que hablan acerca de la veracidad de los Evangelios, los Apóstoles, pretendían que – aun, a pesar, de fuertes confrontaciones con sus adversarios- la verdad acerca de Jesús, fuera conocida para las siguientes generaciones. No solo decían “Nosotros lo vimos a Él” o, “Le escuchamos aquello…”, incluso antes sus más feroces adversarios, decían: “Al igual, ustedes, esto, lo saben… Ustedes lo vieron, y lo saben”. Se debe tener cuidado cuando decimos a nuestro oponente: “Tu lo sabes”, porque sí no tenemos la razón hasta en el más mínimo detalle, inmediatamente nos lo harán ver.

Hech 2, 22: “Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis”.

Hech 26, 24-26: “Mientras estaba él diciendo esto en su defensa, Festo le interrumpió gritándole: «Estás loco, Pablo; las muchas letras te hacen perder la cabeza”. Pablo contestó: “No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo cosas verdaderas y sensatas. Bien enterado está de estas cosas el rey, ante quien hablo con confianza; no creo que se le oculte nada, pues no han pasado en un rincón”.

En cuánto al valor de los escritos del Nuevo Testamento, considerándolos como una excelente fuente, opinó F.F. Bruce, profesor de la Universidad de Manchester donde se ocupaba en la crítica y exegesis de la Biblia: “Los primeros que anunciaban esto, debieron de tomar en cuenta no solo a los testigos oculares que seguían con gustos estas enseñanzas. Había otros testigos que estaban bien interiorizados en los hechos de Jesús, pero que eran sus rivales. Los discípulos no podían arriesgarse a anunciar algo inconsistente con la verdad (no hablando ya de una tergiversación de los hechos), por cuanto esto hubiese sido inmediatamente descubierto por aquellos, a quienes les gustaba descubrir cada falsedad. Uno de los puntos más fuertes de las primeras homilías de los apóstoles, era el recurrir al conocimiento de sus oyentes: “Fuimos testigos de estos hechos”, o también “por cuanto ustedes mismos, lo saben” (Hech 2, 22). Sí hubiera aparecido la más pequeña tendencia de alejarse de la verdad –en cualquier caso- la presencia de los testigos adversos entre los oyentes, hubiese motivado una corrección inmediata” (F.F. Bruce, The New Testament Documents…, id, cf pág 33).
Lawrence J. McGinley, del Saint Peter’s College, cuan importante era la presencia de estos testigos y adversarios en relación a la escritura de los acontecimientos: “Antes que nada los testigos oculares de estos hechos, aun vivían, cuando la tradición de los mismos (escritos) fue concluida; y entre estos testigos había muchos que eran feroces enemigos del nuevo movimiento religioso en formación. A pesar de esto, como sabemos, han llegado hasta nosotros noticias acerca de grandes milagros realizados durante la predicación  pública de la doctrina, en los tiempos, en que las falsas aseveraciones pudieran haber sido y seguramente hubieran sido cuestionadas” (Lawrence J. McGinley, Form Criticism of The Synoptic Healing Narratives, Woodstock College Press, Woodstock, Maryland, 1944, pág 25).
Robert Grant, científico, conocedor del Nuevo Testamento de la Universidad de Chicago, escribe así: “En el tiempo en que fueron escritos (los Evangelios sinópticos), o al menos supones que fueron escritos, vivían aun testigos oculares de los hechos, cuyo testimonio no fue absolutamente ignorado… Lo que significa que los Evangelios deben ser considerados como una fuente de excelencia acerca de la vida, muerte y resurrección de Jesús” (Robert Grant, Historical Introduction to The New Testament, Harper and Row, Nueva York 1963, pág 302).
Will Durant, que estudiaba el ramo de las investigaciones históricas y que pasó toda su vida analizando los escritos antiguos, escribe: “A pesar de ser favorables a la doctrina -que predicaban- y de su convencimiento teológico, los evangelistas escribieron en el papel, varios hechos que hubieran sido olvidados por timadores comunes – las diferencias entre los Apóstoles, por el primado, su huida después que Jesús fuera arrestado, la negación de Pedro, la dificultad de Jesús en Galilea para realizar milagros (por la incredulidad de los Galileos), palabras de algunos oyentes acerca de Su posible locura, la duda de Jesús en cuanto a aceptar su misión, su reconocimiento de que ignoraba algunas cosas acerca del futuro, sus momentos de dolor, su horroroso grito en la cruz. Cada uno de los lectores no duda acerca de la veracidad de Su imagen. Esto, acerca de que algunos hombres sencillos, en el transcurso de una generación hayan inventado una personalidad tan fuerte y atrayente, una ética tan grande y una inspirada visión de la hermandad humana sería bastante mas que un falso milagro, que todos los milagros narrados en los Evangelios. Luego de dos siglos de una fuerte crítica acerca de los escritos que presentaban la vida, la personalidad y las enseñanzas de Cristo, estos son sumamente claros y establecen un elemento muy fascinante en la historia de la civilización de oriente” (Will Durant, Caesar and Christ, (enJ The Story of Civilization, Simon & Schuster, Nueva York 1944, t. 3, pág 557).


4.3. Test de las Pruebas Externas.


El tercer Test Historiográfico, es el de las Pruebas Externas. Tiene como fin, comprobar sí otros materiales históricos, confirman las pruebas internas del mismo texto o si las niegan. En otras, palabras, qué otras fuentes existen aparte del texto analizado, que pudieran aseverar su veracidad con los hechos, su fiabilidad y autenticidad.
Gottschlak afirma que: “la coincidencia con otros hechos históricos conocidos y la coincidencia de la enseñanza, es muchas veces un test decisivo para la veracidad, no es importante sí el testimonio procede de uno o varios testigos” (Louis R. Gottschlak, Understandig History, id, cf, pág 161, 168).
Dos amigos de San Juan, atestiguan la autenticidad del texto del Evangelio. El historiador Eusebio, conservó los escritos de Papías, obispo de Hierapolis (del año 130 después de Cristo): “El anciano (el Apóstol Juan), acostumbraba a decir: “Marcos, siendo el intérprete de Pedro, transcribió fielmente, todo aquello que Pedro le indicó, tanto acerca de las palabras, como de los hechos de Jesús, solo que no en el correcto orden cronológico. (Marcos) No fue ni escucha ni compañero del Señor; pero luego –como dije- fue compañero de Pedro, que adaptó su enseñanza, a las necesidades a los diferentes escuchas. Marcos no pudo equivocarse al escribir Sus palabras; tuvo especial cuidado en no olvidar nada y para no anotar ningún tipo de falsas informaciones” (Eusebio, La Historia de La Iglesia, libro 3º, capítulo 39).
Ireneo, obispo de Lyon, (desde el año 180 dC.; en su juventud Ireneo fue alumno de Policarpo, obispo de Esmirna, quien fuera cristiano durante ochenta y seis años, y discípulo de San Juan, Apóstol), escribió: “Mateo publicó su Evangelio entre los Hebreos (los judíos) en su propia lengua, en tanto Pedro y Pablo enseñaban en Roma y fundaban allí la Iglesia. A su partida, (su muerte, que tradicionalmente se establece para el período de las persecuciones de Nerón en el año 64 y ss) Marcos, discípulo e interprete de Pedro, no s entregó en forma escrita las enseñanzas de Pedro. Lucas, compañero de Pablo, escribió el Evangelio que anunciaba su maestro y compañero de viajes, Pablo. Igualmente Juan, discípulo de nuestro Señor, el que descansaba sobre su pecho (cf Jn 13, 25 y 21, 20), escribió su propio Evangelio mientras vivía en Éfeso, en Asia” (Ireneo, Contra Las Herejías, 3. 1. 1).
Muchas veces, una de las más importantes fuentes de las pruebas externas, es la arqueología, ella ha aportado mucho a los estudios bíblicos, quizás no en la esfera de la inspiración o de la revelación, pero sí aportando pruebas que confirman la autenticidad de los hechos narrados. Joseph Free, arqueólogo, escribe: “La arqueología, comprobó la autenticidad de varios de los fragmentos de la Biblia, que los críticos habían desechado como no históricos o contrarios a los hechos conocidos” (Joseph Free, Archaeology and Bible History, Scripture Press, Wheaton, Illinois, 1969, pág 1).
Recordé también, en qué forma la arqueología, motivó que Sir William Ramsay, cambió su inicialmente negativa posición en cuanto a los escritos realizados por San Lucas y llegó a la conclusión que los Hechos de Los Apóstoles son exactos en la descripción geográfica, de la vida cotidiana y de los habitantes del Asia Menor.
F.F. Bruce, considera que: “en las partes en las que se suponía que Lucas no se ajustaba a la realidad, su fiabilidad fue defendida gracias a unas inscripciones (pruebas externas), por tanto se puede reconocer sin duda alguna que la arqueología confirma los escritos del Nuevo Testamento” (F.F. Bruce, Archaeological Confirmation, (en:) Revelation and the Bible, redactor Carl Henry, Baker Book House, Grand Rapids 1969, pág 331).
El historiador A.N. Sherwin-White, especializado en historia antigua, escribe: “en cuanto a Los Hechos de Los Apóstoles, la confirmación de su historicidad queda fuera de toda duda”, y “cualquier prueba que intente derribar su historicidad, incluso en algunos detalles, se consideraría hoy en día como completamente absurda”. Los historiadores que estudian la Roma antigua hace mucho tiempo que aceptan esto como una cosa real” (A.N. Sherwin. White, Roman Society and Roman Law in the New Testament, Clarendon Press, Oxford 1963, pág 189).
Luego de esto, como personalmente intenté derribar la historicidad y autenticidad de las Sagradas Escrituras, llegué a la conclusión, que indudablemente, históricamente, son dignas de la mayor confianza. Si alguien desechara la Biblia, en ese aspecto, también tendría que desechar casi toda la literatura antigua. El problema con el que me encuentro constantemente,  consiste en que muchas personas quisieran aplicar otras normas o criterios para la literatura antigua mundana y otras para la Biblia. Tenemos que implementar los mismos tests indistintamente a que el texto en estudio sea religioso o no. Aplicando este sistema, podemos decir: “La Biblia es digna de confianza e históricamente verdadera en su testimonio acerca de Jesús”.
El Dr. Clark H. Pinnock, profesor de Teología Sistemática en el Regent College, asevera: “No existe otro documento que haya sido creado en el mundo antiguo, qque integre tantos conocimientos y sea tan rico en textos y en pruebas históricas y que represente una fuente tan grande de conocimientos históricos que se puedan aprovechar a la perfección. Una persona honrada, no puede desechar un tesoro tan rico. El escepticismo referente a la historicidad de las Cartas de los cristianos, se basa en la irracionalidad que rechaza lo sobrenatural” (Clark Pinnock, Set Forth Your Case, The Craig Press, New Jersey 1968, pág 58).  


Josh McDowell


JESÚS, MÁS QUE UN CARPINTERO.


CAPÍTULO V


¿Quién daría su vida, por una mentira?

Los críticos del cristianismo –con mucho gusto- no consideran la transformación de los discípulos de Jesús. El cambio en el modo de vida de los Apóstoles es un gran testimonio en cuanto a la verdad que predicaba Jesús. Ya que la fe cristiana tiene un carácter histórico, corresponde estudiarla, basándose en testimonios tanto escritos, como orales.
Existen varias definiciones de la “historia”, la que más me agrada, dice así: “el conocimiento del pasado, basado en testimonios”. Sí alguien dice: “No considero que esa sea una buena definición”, le pregunto: “¿Crees que vivió, Napoleón?”. Casi siempre la respuesta es afirmativa. ¿Acaso tú lo conociste?” – pregunto, a continuación, escucho, que no. “Entonces, ¿de dónde sabes, que vivió?” Nuestros conocimientos, se basan en los testimonios existentes.
La antedicha definición del la historia, tiene un defecto. Los testimonios, tienen que ser confiables, en caso contrario quienes los reciben serán llevados al error. El cristianismo está relacionado con el conocimiento del pasado, basado en testimonios, tenemos entonces que preguntarnos sí: los testimonios de la tradición oral relacionada con Jesús, ¿son dignos de confianza? ¿Sí podemos considerar, que sin ningún asomo de duda, nos narran las palabras y las obras de Jesús? Yo creo que sí.
Creo en los testimonios de los Apóstoles, puesto que, de entre esos doce hombres, once murieron mártires, y la causa de su muerte se debió a que predicaban la resurrección de Jesús y la Fe de que Él, era el Hijo de Dios. Los torturaron y los azotaron, hasta que finalmente los condenaron a una muerte en la que les aplicaron los peores tormentos conocidos a esa fecha:

  1.- Pedro,                         crucificado;
  2.- Andrés,                       crucificado;
  3.- Mateo,                        degollado por la espada;
  4.- Juan,                           muerte natural en el exilio;
  5.- Santiago, hijo de
        Alfeo,                          crucificado;
  6.- Felipe,                         crucificado;
  7.- Simón, el Cananeo,    crucificado;
  8.- Judas Tadeo,              muerto por flechas,
  9.- Santiago, hijo de
        Zebedeo,                     degollado por la espada;
10.- Tomás,                         atravesado con una lanza;
11.- Bartolomé,                  crucificado.

También, Santiago, el hermano del Señor (primo hermano), primer obispo de Jerusalén y autor de la Carta de Santiago, murió apedreado.
Muchas veces escucho la siguiente respuesta: “Y qué tiene que ver, que varias personas hayan dado la vida por una mentira, esto no prueba nada”.
Ciertamente, en variadas oportunidades, algunas personas han dado su vida por una mentira, pero creyendo que la daban por la verdad. Sin embargo, no he encontrado absolutamente ninguna posibilidad de demostrar que estos once hayan caído en esa situación. Sí la resurrección, no hubiera tenido lugar, los discípulos lo hubiesen sabido. Entonces, estas once personas, no solo hubieran dado su vida por una mentira, es más, lo hubiesen hecho a sabiendas. Difícil sería encontrar, en el transcurso de la historia, once personas que hubieran entregar su vida por una mentira.
Tenemos que darnos cuenta, de varios hechos, para apreciar totalmente su sacrificio.
Primero, cada vez que los Apóstoles predicaban, tanto por escrito como oralmente, lo hacían como testigos oculares de los hechos que narraban.
Pedro dijo: Os hemos dado a conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad” (2Pe 1, 16). Indudablemente que los Apóstoles sabían cuál era la diferencia entre un mito, una leyenda, y la realidad.
Juan recalcaba el hecho, que sus conocimientos, se basaban en que ellos eran testigos presenciales de los acontecimientos descritos. (Esto les aseguramos): “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo”  (1Jn 1, 1-3).
Lucas dijo: “Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, 2.tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, 3.he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo”  (Lc 1, 1-3).
A continuación, en el libro de Los Hechos de Los Apóstoles, Lucas describió el período de cuarenta días luego de la Resurrección de Jesús, durante el cual, sus discípulos lo pudieron ver de cerca: “El primer libro lo escribí, Teófilo, sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde un principio hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido, fue llevado al cielo. A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios” (Hech 1, 1-3).
Juan comenzó, la última parte de su Evangelio, de la afirmación que: “Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro”  (Jn 20, 30).
Los testimonios de los testigos oculares, están especialmente relacionados con la Resurrección. Los Apóstoles fueron testigos de que Jesús vivía, y que realmente había resucitado; cf: Lc 24, 48; Hech 1, 8; 2, 24.32; 3, 15; 4, 33; 5, 32; 10, 39; 10, 41; 13, 31; 1Cor 15, 4-9; 15, 14-15; 1Jn 1, 2; Hech 22, 15; 23, 11; 26, 16.
En segundo lugar, los Apóstoles deben haber llegado al convencimiento, que Jesús se había levantado de entre los muertos. En principio no creyeron. Huyeron y se escondieron (cf Mc 14, 50). No dudaban en expresar sus dudas. Solo creyeron, después de haber visto suficientes pruebas. Tomás, incluso dijo que no creería en la Resurrección de Jesús, hasta que no tocase sus heridas. Luego Tomás murió martirizado por Cristo. ¿Acaso fue engañado? Entregó su vida, para atestiguar, que no.
También Pedro. Durante el proceso a Jesús, lo negó en varias oportunidades. Al fin, lo abandonó. Sin embargo, algo hizo cambiar a este cobarde. No mucho tiempo después de la crucifixión y el entierro de Cristo, (Pedro) se apareció en Jerusalén y abiertamente, arriesgando su vida, anunciaba, que Jesús es el Cristo que resucitó. Al final, lo crucificaron cabeza abajo. ¿Acaso fue engañado? ¿Qué le sucedió? ¿Qué lo transformó tan drásticamente en un león osado? ¿Por qué por su propia voluntad, entregó por Él, su vida?  La única respuesta, que a mí me contenta, se encuentra en la Primera Carta a Los Corintios (15, 5): que se apareció a Cefas y luego a los Doce”  (Pedro, cf Jn 1,42).
El ejemplo clásico de un hombre, que fue convencido en contra de su voluntad, es Santiago, el hermano de Jesús (cf Mt 13, 55: Mc 6, 13). A pesar de que Santiago no perteneció en un comienzo a los doce (cf Mt 10, 2-4), luego fue agregado al grupo de los apóstoles (considerando a los apóstoles en un sentido más amplio, o sea, misioneros, enviados de la Iglesia, no en referencia a los doce Apóstoles, elegidos por Jesús (cf Gál 1, 19), así también como Pablo y Bernabé (cf Hech 14,14). Durante la vida de Jesús, Santiago no creyó, que Él, fuera el Hijo de Dios (cf Jn 7, 5). Nada extraño hubiera sido, que al igual que otros de los parientes de Jesús, se haya burlado de Él. “¿Quieres que la gente crea en ti? ¿Por qué no vas a Jerusalén y logras eso, allá?” A Santiago debería parecerle espantoso el hecho de que Jesús en todas partes hacía de su familia el hazmerreír con sus extrañas afirmaciones: (Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos” (Jn 15, 5a): “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí” (Jn 10, 14). ¿Qué pensarías tú, sí tu primo dijera estas cosas?
Sin embargo, algo le sucedió a Santiago. Luego de los sucesos ocurridos en Jerusalén, comenzó a enseñar. Anunciaba que Jesús murió por los pecados, que resucitó y está vivo. Finalmente, Santiago, fue unos de los fundadores de la Iglesia en Jerusalén y escribió una Carta. La comenzó con las siguientes palabras: “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo”. Por fin, Santiago murió martirizado, lapidado, por orden del Sumo Sacerdote Ananías. ¿Acaso, Santiago, fue engañado? La única explicación posible, se encuentra en 1Cor 15, 7a: “Luego se apareció a Santiago”.
Sí la Resurrección fuese una mentira, los Apóstoles lo hubieran sabido. ¿Acaso para ellos era un misticismo? Esta suposición, se encontraría en abierta oposición a su calidad moral de vida. Ellos condenaban la mentira y en cambio le daban gran importancia a la honradez. Incitaban a las personas al conocimiento de la verdad. El historiador Edward Gibbon, en su famosa obra “The History of the Decline Fall of the Roman Empire”, indica que la pura aunque dura moral de los primeros cristianos, fue uno de los cinco motivos de la rapidez con que se difundió esta religión. Michael Green, director del St. John’s College de Nottingham, indica, que la resurrección “fue lo que transformó a este grupo de los quebrantados seguidores del rabí crucificado, en testigos valientes y en mártires de los comienzos de la Iglesia. Eso fue lo que diferenció a los seguidores de Jesús, del resto de los judíos, y los transformó en una comunidad resurreccionista. Podían arrestarlos, azotarlos, matarlos, pero jamás nadie logró que abjuraran de la Resurrección de Jesús, al tercer día (Michael Green, Prefacio (en): George Eldon Ladd, I Believe  on the Resurrection of Jesus, William B Eerdmans Publishing Co., Grand Rapids, 1975).
Tercero, los Apóstoles, reaccionaron con valentía inmediatamente después que se convencieron de la Resurrección, esto hace imposible el pensamiento acerca de que todo esto, fuera una farsa y un timo. Cada día su valentía se acrecentaba. Pedro, que había negado  a Cristo, ahora arriesgando su vida, anunciaba que Jesús había resucitado y que vivía. Las autoridades, arrestaban a los seguidores de Cristo, los azotaban, y ellos, cuando recuperaban la libertad, nuevamente predicaban a la gente acerca de Jesús (cf Hech 5, 40-42). Sus amigos se percataban de la tranquilidad de su espíritu y sus enemigos de su valentía. Sus enseñanzas no las impartían en algún pueblito lejano, sino muy por el contrario, lo hacían en Jerusalén.
Es imposible que los seguidores de Cristo se hayan arriesgado a las torturas y a la muerte, sí no hubiesen estado seguros de Su Resurrección. La unicidad de sus pensamientos en sus testimonios y comportamiento son increíbles. La posibilidad de que cualquier gran grupo de personas esté de acuerdo entre sí, es poco común, y sin embargo, todos ellos concordaban en el hecho de Su resurrección. Si hubiesen sido timadores, difícil sería comprender por qué ninguno de ellos no se quebrantó ante las presiones.
El filósofo francés, Pascal, escribe: “La aseveración, acerca de que los Apóstoles fueran timadores, es absurda. Probemos pues, investigar la lógica de dicha opinión. Imaginémonos pues, a estos doce hombres, que se encuentran luego de la muerte de Jesucristo, y llegan al acuerdo, que van a anunciar Su resurrección. Sería esta una forma de atacar a las autoridades, tanto civiles, como religiosas. Entonces, era lógico, esperar la reacción de esas autoridades. El corazón del hombre se caracteriza por su volubilidad; fácil es tentarlo con la promesa de bienes materiales. Sí solo uno de ellos se hubiese entregado a esa tentación, o hubiera hecho caso de un argumento mas convincente, como es la cárcel y las torturas, todo hubiera salido a la luz” (The Essential Pascal, red. Robert W. Gleason, Mentor-Omega Books, Nueva York 1966, pág 187).
“¿Cómo fue posible qué de un día para otro –pregunta Michael Green- los Apóstoles se transformaran en un grupo entusiasta e imposible de doblegar, quienes no se fijaron ni en sus oponentes, ni en los cínicos, ni en las burlas, ni en la pobreza, la cárcel y la muerte y a pesar de todos esto, enseñaron a Jesús y su Resurrección, en tres continentes?” (Michael Green, Man Alive!, Inter Varsity Press, Downers Grove, Illinois, 1968, págs 23-24).
Cierto autor desconocido, presenta estos cambios que ocurrieron en las vidas de los Apóstoles, de la siguiente manera: “El día de la crucifixión estaban llenos de pena; y en el primer día de la semana, de alegría. Durante la crucifixión, habían perdido las esperanzas; el primer día de las semana, sus corazones rebosaban esperanzad y seguridad. La primera vez que llegó a ellos la noticia de la resurrección, se negaban a creer y se hacía difícil, convencerlos, cuando se aseguraron, ya nunca más, dudaron. ¿Qué podría explicar un cambio tan grande, como el que se realizó en ellos, en un tiempo tan corto? Sí solo se hubiese retirado el cuerpo de la tumba, eso nunca hubiera influido tanto en su espíritu y carácter. Tres días, son un tiempo muy corto para crear una leyenda, que los hubiera podido transformar. El proceso de la creación de una leyenda, necesita mucho tiempo. Aquí debemos relacionar los sucesos, más con un factor de carácter sicológico. Consideremos, el carácter de esos testigos, personas que le dieron al mundo la más importante lección de ética en la historia, y quienes la enseñaron con la ofrenda de sus propias vidas, como resulta de las declaraciones de sus propios adversarios.  Sicológicamente, es imposible imaginarse, como una pequeña banda de cobardes y derrotados, que se escondieron en los arrabales, en el transcurso de unos días después, se transformaron en personas que, ningún tipo de persecuciones fueron capaces de cerrar sus labios, y luego la explicación del misticismo que quisieron enseñar a todo el mundo; no, esto es sencillamente inexplicable. Además no tiene razón de ser”.
Kenneth Scott Latourette, escribe: “La Resurrección y el Envío del Espíritu Santo sobre los Apóstoles influyó muy fuertemente en ellos. De personas completamente quebrantadas y desganadas, que recordaban con pena aquellos días en que tenían esperanzas, que Jesús, “era aquel, que liberaría a Israel”, nació un grupo de testigos inquebrantables” (Kenneth Scott Latourette, A History of Christianity, Harper and Brothers Publishers, Nueva York 1937, t. I, pág 59).
Paul Little, pregunta: “¿Acaso, estas personas que colaboraron al cambio de la estructura moral de la comunidad, eran mentirosos redomados, o locos llevados al error? Es más difícil creer en esa posibilidad, que en el hecho de la Resurrección, siendo que además no existe ninguna prueba de que (los apóstoles) hayan sido así”  (Paul Little,  Know Why You Believe, Scripture Press Publications, Inc., Wheaton, Illinois 1971, pág 63).
No es posible explicar de otra manera la atrevida posición que tomaron los Apóstoles, quienes no se amilanaron ni siquiera en presencia de la muerte. Según La Enciclopedia Británica, Orígenes, escribió que a Pedro lo crucificaron, cabeza abajo. Su muerte la narra Herbert Workman: “Así pues Pedro, como se lo anunciara Nuestro Señor, fue “atado” (por la cintura) y “conducido” a la muerte por la Vía Aureliana, al lugar en las cercanías de los jardines de Nerón en el Monte Vaticano, donde tantos de sus compañeros murieron en terribles sufrimientos. A su propio pedido, fue crucificado cabeza abajo, se consideraba, indigno de morir en la misma forma que su Señor” (Herbert B. Workman, The Martyrs of the Early Church, Charles H. Kelly, Londres 1913, págs 18-19).
Harold Mattingly, escribe en su libro de ayuda de historia, “Los Apóstoles San Pedro y San Pablo, sellaron sus testimonios con su sangre” (Harold Mattingly, Roman Imperial Civilization, Edward Arnold Publishers, Ltd., Londres 1967, Pág 226). Tertuliano escribió, que “ninguna persona estaría de acuerdo con su muerte, a menos que diera su vida, por la verdad” (Gaston Foote, The Transformation of the Twelve, Abingdon Press, Nashville 1958, pág 12). El profesor de derecho de la Universidad de Harvard, Simon Greenleaf, una persona que durante muchos años enseñó, como “destruir” a un testigo y así determinar sí realmente dice la verdad, asevera: “Las crónicas de guerra, no nos proveen ejemplos de un heroísmo tan constante, de tanta paciencia y de una valentía tan inconmovible. Tuvieron ellos (los Apóstoles), sobrados motivos para ello, para repensar las bases de su fe, así como las pruebas de grandes sucesos y verdades, que los hicieron permanecer en ellas” (Simon Greenleaf, An Examination of the Testimony of the Four Evangelists by the Rules of Evidence Administered in the Courts of Justice, Baker Book House, Grand Rapids 1965, (reprint Edition 1874), pág 29).
Los Apóstoles pasaron el test de la muerte, para comprobar aquello que anunciaban. Estoy convencido, que se puede confiar en sus testimonios, en mucho mayor medida que en los testimonios de la gran mayoría de las personas que nos son contemporáneas, con quienes me encuentro, quienes no quieren hacer el más mínimo sacrificio por su fe, no hablando por supuesto de dar su vida por ella. 



Josh McDowell


JESÚS, MÁS QUE UN CARPINTERO.



CAPÍTULO VI


¿A quién le servía un Mesías muerto?


Muchas personas, han dado sus vidas, por causas justas. Recordemos a aquel estudiante de San Diego, que se inmoló en señal de protesta contra la guerra de Vietnam. En los años sesenta, muchos budistas se autoinmolaban para llamar la atención del mundo hacia el Sur-Oriente de Asia.
El problema de los Apóstoles consistía en que su justa razón, murió en la cruz. Creían en Jesús como el Mesías. No juzgaban que pudiera morir. Estaban convencidos, que justamente Él implantaría el Reino de Dios y que gobernaría, sobre el pueblo de Israel.
Para entender, en qué consistía la unión de los Apóstoles con Cristo y por qué la cruz era para ellos algo inimaginable, hay que conocer cuál era el pensamiento y cuál era la esperanza en relación al Mesías, en la época de Jesús.
La forma de vida y las enseñanzas de Jesús, estaban en abierta contra posición con la forma de pensar que tenían los judíos de aquella época con respecto al Mesías. De pequeños, les enseñaban a los niños judíos, que luego de la venida del Mesías, éste sería quien gobernaría y por tanto sería un Señor también en el plano político. Liberaría a los judíos de la esclavitud, y le regresaría a Israel su posición de supremacía. Un Mesías sufriente era “totalmente ajeno al concepto judío acerca del Mesías” (Encyclopaedia International, 1972, t. 4, pág 407).
E.F. Scott, así describe los tiempos de Cristo: “(…) era una época de grandes movimientos. Los jefes religiosos, no eran capaces de contener los deseos de la gente, quienes por todas partes esperaban la aparición del Salvador. Esta atmósfera de la espera, indudablemente que se veía precedida por los acontecimientos históricos.
Había pasado ya más de una generación, desde que los Romanos habían comenzado a conculcar la libertad de los Judíos y los medios represivos lograron que en Israel se produjeran fuertes movimientos patrióticos. Las creencias acerca de una liberación milagrosa y de la aparición del Rey - Mesías, que los llevaría a una rebelión contra Roma, llegaron a tener en esa época, un fuerte significado. En sí, esto no tenía nada de novedoso. Sin embargo, en esa época, la alteración del pueblo, está descrita en los Evangelios, pues todo esto se veía precedido por una cada vez mayor esperanza, en la pronta venida del Mesías.
Para la más amplia cantidad de personas el Mesías era, (en su descripción) como el Mesías del que hablaban Isaías y sus contemporáneos, -el Hijo de David, que traería al pueblo de Israel, el triunfo y la riqueza.
A la luz de las informaciones rescatadas de los Evangelios, hubiera sido difícil dudar que en aquella época la concepción del Mesías se entendía como un jefe político y patriótico” (Ernest Findlay Scott, Kingdom and the Messiah, T.& T., Clark, Edinburgh 1911, pág 55).

El estudioso judío Joseph Klausner escribe: “El Mesías se co concebía no solo como un gran jefe político, si no también como una persona de una alta calidad moral” (Joseph Klausner, The Messianic Idea in Israel, The Macmillan Company, Nueva York 1955, pág 23).
Jacob Gartenhaus, nos descubre las esperanzas judías que existían a la época de Cristo: “Los judíos esperaban la venida del Mesías, como aquel que los liberaría del dominio Romano (…) la esperanza mesiánica en cuestión estaba relacionada con la liberación del pueblo (de Israel)” (Jacob Gartenhaus, The Jewish Conception of the Messiah, Christianity Today, 1970, 13 de marzo, págs 8-10).
La Jewish Encyclopaedia (Enciclopedia Judía), asevera que los Judíos, “con pena esperaban, la venida del prometido Salvador, procedente de la Casa de David, quien los liberaría del dominio del  odiado usurpador extranjero, poniendo fin a los gobiernos de los romanos paganos, e implementando su propio Reino de Paz y Justicia” (The Jewish Encyclopaedia, Funk and Wagnalls Co., Nueva York 1906, t. 8, pág 508).
Los Apóstoles compartían el pensamiento de la gente, en medio de los cuales vivían,. Como aseverara Millar Burrows, “Jesús era tan diferente al retrato que tenían los judíos del esperado Hijo de David, que ni siquiera sus discípulos pudieron asimilarlo con el Mesías esperado” (Millar Burrows, More Light on the Dead Sea Scrolls, Secker&Warburg, Londres 1958, pág 68). Los dolorosos anuncios de Jesús acerca de su crucifixión, no eran síquicamente aceptados por sus discípulos (cf Mt 16, 21-22). Como advierte A.B. Bruce, “tenían ellos la esperanza, de que la apreciación de la situación de Jesús, era muy pesimista y que sus temores resultarían infundados (…), un Cristo crucificado, significaba para los Apóstoles, un escándalo de proporciones; de la misma manera lo ve la mayoría del pueblo judío aun ahora, así el Señor no podría subir al Trono de Gloria” (A.B. Bruce, The Training of the Twelve, Kregel Publications, Grand Rapids 1971, pág 177).
Alfred Edersheim, antiguo profesor del Antiguo Testamento en Oxford, tenía razón, cuando llegaba a la conclusión, que “algo menos que se podía asimilar a Cristo, eran sus tiempos” (Alfred Edersheim, Sketches of Jewish Social Life in the Days of Christ, William B. Eerdmans Publishing Co., Grand Rapids 1960 (reprint), pág 29).
En el Nuevo Testamento, se puede ver cuál era la relación de los Apóstoles con Cristo: esperaban a un Mesías-gobernante. Después que Jesús les dijera a sus discípulos, que tenía que ir a Jerusalén y padecer, Santiago y Juan, le pidieron que les prometiese que en Su Reino se sentarían a su derecha y a su izquierda (cf Mc 10, 35-37). ¿Qué tipo de Mesías tenían en sus pensamientos? ¿Sufriente y crucificado. No, seguramente a un líder político. Jesús les indicó, que malentendían lo que Le esperaba, y que no sabían lo que pedían. Cuando Jesús anunció su sufrimiento y crucifixión, los doce Apóstoles, no entendieron a qué se refería (cf Lc 18, 31-34). A causa de su crianza y educación estaban convencidos que participaban en algo bueno. Luego vino el Calvario. Todas las esperanzas relacionadas con Jesús como el Mesías, fallaron. Desmoralizados, volvieron a sus casas. Tantos años perdidos…
El Dr. George Eldon Ladd, profesor del Seminario Fuller Theological, especialista en el Nuevo Testamento, escribe: “Por esta causa los discípulos abandonaron a Jesús, cuando fue arrestado. Sus mentes estaban tan repletas del Mesías-triunfador, cuya misión será el derrotar a los enemigos, que cuando Lo vieron sufriente y sangrante, mientras Lo azotaban, a un impotente reo en manos de Pilato, llevado al lugar de castigo y clavado en la cruz como cualquier criminal, todas sus esperanzas mesiánicas desaparecieron.
Es un hecho conocido sicológicamente, que escuchamos solo aquello que queremos oír. Los anuncios de Jesús, relacionados con sus sufrimientos y su muerte, no llegaron a los oídos de sus discípulos. Aunque se los anunciara, ellos no estaban preparados para ello…”  (George Eldon Ladd, I Believe in the Resurrection of Jesus, William B. Eerdmans Publishing Co., Grand Rapids 1975, pág 8).
Y luego, solo algunas semanas después de la crucifixión, a pesar de sus anteriores dudas, los discípulos se encontraban en Jerusalén, anunciando, que Jesús es el Salvador y Señor, el Mesías judío.
La única explicación razonable de este cambio, se encuentra en la Primera Carta a los Corintios (15,5) -  y (…) se presentó (…) a los Doce”.  ¿Qué otra causa, podría haber logrado que los discípulos, llenos de dudas, hubieran abandonado sus escondites,  para sufrir y hasta morir por causa del Mesías crucificado?
Seguramente solo eso, que luego de su sufrimiento, les dio muchas pruebas, que estaba vivo: “luego se les apareció, por cuarenta días” (Hech 1, 3).
Cierto, muchas personas han dado sus vidas por causas justas, pero la causa justa de los Apóstoles, quedó colgada en la cruz. Solo su resurrección y sus encuentros con un Jesús vivo, convencieron a sus discípulos, que Él es, el Mesías. Dieron testimonio de ello no solo con sus palabras y obras, sino también con sus propias vidas.


Josh McDowell


JESÚS, MÁS QUE UN CARPINTERO.



CAPÍTULO VII


¿Escuchasteis, lo que le sucedió a Saulo?


Mí amigo Jack recorrió muchas universidades con sus escritos. Un día cuando llegó a una de estas casa de estudios, lo esperaba una sorpresa. Ocurrió que los estudiantes, organizaron para el un encuentro público con universitarios ateos. Su oponente era un elocuente profesor de filosofía, que se mostraba como un feroz oponente del cristianismo. Primero le dieron la palabra a Jack, explicó varias pruebas acerca de la Resurrección de Jesús, la conversión del apóstol Pablo, para posteriormente dar el testimonio de su conversión, de cómo Cristo cambió su vida, cuando aun él era estudiante.
Cuando le llegó el turno al profesor de filosofía, se le veía visiblemente nervioso. Le fui imposible destruir las pruebas acerca de la resurrección, así como tampoco lo pudo hacer con el testimonio de Jack, así es que comenzó a hablar acerca de la conversión tan radical de San Pablo. Aprovechó el argumento “de que las personas que atacan con mayor fiereza una idea, terminan siendo partidarios de ella”. Entonces, mí amigo, sonriéndole con bondad, le respondió: “Entonces, debe tener usted tener cuidado, porque podría ocurrirle, lo mismo”.
Uno de los más importantes testimonios del cristianismo, es la transformación de Saulo de Tarso, uno de los mayores enemigos del cristianismo, en el apóstol Pablo. Saulo era un hebreo a toda prueba, un jefe religioso. El hecho de que haya nacido en Tarso, le posibilitó el acceso a la mayor sabiduría de aquellos tiempos. Tarso era una ciudad universitaria, conocida por los estoicos, los filósofos y la cultura. El geógrafo griego, Strabo, alababa a Tarso por su gran interés por la enseñanza y la filosofía (Enciclopedia Británica, Editor William Benton, Encyclopaedia Britannica, Inc., Chicago 1970. t. 17, pág 469).
Saulo, al parecer igual que su padre, era ciudadano romano (*), lo que era un gran privilegio. Causa la impresión de que conocía muy bien la filosofía y la cultura helénica (griega), hablaba perfectamente la lengua griega y tenía grandes habilidades dialécticas.  Citaba a muchos poetas y filósofos: Hech 17, 28a – pues en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Epimenides), así como dijeran algunos de sus poetas: 28b - “Somos de Su linaje” (Aratos, Kleantes); 1Cor 15, 33“No os engañéis: «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres»” (Menander); Tit 1, 12 – “Uno de ellos, profeta suyo, dijo: «Los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias, vientres perezosos»” (Epimenides).


(*) Todos los habitantes y nacidos en Tarso (Cilicia, Asia Menor) tenían por derecho propio la calidad de ciudadanos romanos, privilegio otorgado por el Imperio, a aquellos pueblos se rendían a ellos sin luchar (N. del Traductor).
   
La educación de Saulo, era judía, en las ramas de las más crudas doctrinas farisaicas. A la edad de aproximadamente 14 años, fue enviado para estudiar con Gamaliel, uno de los más famosos rabinos contemporáneos, nieto de Hilel.  Pablo, no solo afirmaba que era fariseo, sino que además hijo de fariseos (çf Hech 23, 6). Se elogiaba a sí mismo diciendo: “y cómo sobrepasaba en el Judaísmo a muchos de mis compatriotas (…) superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres” (Gál 1, 14).
Para que podamos entender la conversión de Saulo, debemos primero comprender el por qué adoptó en forma tan radical una posición anticristiana, la causa de ello, era su entrega al Derecho Judío, lo que motivaba en el una gran enemistad hacia Cristo y a la Iglesia de los primeros tiempos.
Jacques DuPont, escribe que su: “ataque al cristianismo, no se centraba en el mesianismo de Jesús, (si no) (…) en el adjudicado rol a Jesús, de Salvador, cosa que le quitaba al Derecho judío todo su valor en la consecución de la Salvación (…) (Saulo era) un feroz enemigo del cristianismo, por el valor que le otorgaba al Derecho judío, como el camino hacia la salvación” (Jacques DuPont, The Conversion of Paul, and Its Influence on His Understanding of Salvation by Faith, (en): Apostolic History and the Gospel, red. W. Ward Gasque y Ralph P. Martin, William B. Eerdmans Publishing Co., Grand Rapids 1970, pág 177).
La Enciclopedia Británica asevera, que la nueva secta judía, que se hacía llamar cristiana, golpeó fuertemente las bases de la educación judía y los estudios rabinísticos de Saulo (Enciclopedia Británica, t. 17, pág 476). La destrucción de esta secta, se convirtió en su obsesión (cf Gál  1, 13). Comenzó pues, su labor tratando de conseguir la destrucción de la “secta de los Nazarenos” (cf Hech 26, 9-11). Literalmente “destruía la Iglesia” (Hech 8, 3). Partió a Damasco, con los documentos que le otorgaban el derecho de detener a todos los seguidores de Jesús para presentarlos ante los jueces.
Entonces le ocurrió algo. “Saulo siempre, sembraba la amenaza y mantenía el deseo de exterminar a los seguidores del Señor. Fue donde el Sumo Sacerdote, para pedirle Cartas para la Sinagoga de Damasco, para poder detener y llevar a Jerusalén, a los hombres y mujeres, seguidores de ese camino. que allá encontrase. Cuando se acercaba en su viaje, a Damasco, repentinamente, lo cegó una luminosidad procedente del cielo. Y cuando cayó en tierra, escuchó una voz, que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” “¿Quién eres, Señor?” (*) – preguntó. Y Él, le contestó: “Yo soy Jesús, a quien tu persigues”. Levántate y entra a la ciudad, allí te dirán, lo que debes hacer”. Los hombres que lo acompañaban en su camino, quedaron perplejos de asombro, escucharon una voz, pero no vieron a nadie. Saulo se levantó y cuando abrió sus ojos, no vió nada (estaba ciego), lo llevaron pues, a Damasco, tomándolo de las manos. Por tres días no vio nada y tampoco comió, ni bebió.


(*) Debemos considerar que los judíos solo llamaban “Señor”, a Dios, por tanto Saulo tenía plena conciencia, que quién lo derribó en tierra era Dios (N. del T.).   

En Damasco se encontraba cierto discípulo de nombre Ananías. “¡Ananías!, le llamó el Señor en una visión. Y el respondió: “Aquí estoy, Señor”. Y el Señor le dijo: “Anda a la calle Recta y pregunta en la casa de Judas, por Saulo de Tarso, quién en este momento está orando”. (Y (Saulo) vio en una visión, como un hombre llamado Ananías, entraba (en su habitación), e imponiéndole las manos, le devolvía la vista”) (Hech 9, 1-12).
En este momento debemos pensar, del por qué los cristianos le temían a Saulo.
Respondió Ananías: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén, y que está aquí con poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre». El Señor le contestó: «Vete, pues éste me es un instrumento de (mi)  elección que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre». Fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saulo, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo». Al instante cayeron de sus ojos unas como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. Tomó alimento y recobró las fuerzas” (Hech 9, 13-19a). Saulo, dijo: “¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro?” (1Cor 9, 1b). Igualaba su encuentro con Cristo, al encuentro que tuvieron los Apóstoles. “Y en último término se me apareció también a mí” (1Cor 15, 8a).
Saulo no solo vio a Jesús, además lo vio en una forma inigualable. Anunciaba el Evangelio, no por elección, sino por obligación. “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1Cor 9, 16).
Consideren que tanto el encuentro de Saulo con Jesús, como su repentina conversión, fueron completamente inesperados: “Pero yendo de camino, estando ya cerca de Damasco, hacia el mediodía, me envolvió de repente una gran luz venida del cielo” (Hech 22, 6). Saulo no tenía ni idea de quién podía ser esta imagen celestial. El conocimiento de que se trataba de Jesús de Nazaret, lo hizo tiritar y le extraño enormemente.
Puede que no conozcamos todos los detalles, ni la cronología, ni la sicología, de lo que le sucedió a Saulo en el camino a Damasco, sabemos, sin embargo que influyó radicalmente en todos los ámbitos de su vida.
En primer lugar, el carácter de Saulo,  experimentó un cambio drástico. La Enciclopedia Británica lo describe antes de su conversión, como un hombre intolerante, fanático, maniático en las persecuciones religiosas, lleno de orgullo e impulsivo. Luego de su conversión, se le presenta como paciente, bueno, constante y completamente entregado. Kenneth Scott Latourette, dice: “Aquello que transformó la vida de Pablo, y le arrancó prácticamente su carácter neurótico, fue un profundo y revolucionario convencimiento religioso” (Kenneth Scott Latourette, A History of Christianity, Harper and Row, Nueva York 1953, pág 76).
En segundo lugar, esta transformación de Saulo, motivó un cambio en su forma de ver a los seguidores de Jesús. “Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco” (Hech 9, 19b). Y cuando Saulo se presentó ante los Apóstoles, estos, en señal de amistad, “lo saludaron con su mano derecha”.
En tercer lugar, el pensamiento de Saulo también sufrió una transformación. A pesar de que aun amaba su herencia judaica, de un feroz enemigo, se transformó. en un entregado anunciador de la fe cristiana. “y en seguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: que Él era el Hijo de Dios” (Hech 9, 20). Cambiaron las creencias intelectuales de Saulo, sus conocimientos, lo obligaron a reconocer, que Jesús es el Mesías, lo que se contraponía con las ideas mesiánicas de los fariseos. El nuevo conocimiento de Cristo, significó una revolución completa, en su forma de pensar (W.J. Sparrow-Simpson, The Resurrection of the Christian Faith, Zondervan Publishing House, Grand Rapids 1968. págs 185-186). Jacques DuPont considera, que luego de esto cuando Saulo, “porfiaba acerca de la imposibilidad que un crucificado pudiera ser el Mesías, al final, reconoció, que realmente Jesús es el Mesías y como resultado tuvo que invertir todo su pensamiento en relación al mesianismo” (Jacques Dupon, The Conversion of Paul… id, cf pág 76).
Pudo al fin comprender, que la muerte de Jesús en la cruz, que antes le parecía una maldición de Dios, y una triste manera de terminar la vida, fue en realidad la unidad del mundo con Dios, a través de Cristo. Pablo finalmente comprendió, que Jesús crucificado se transformó en maldición, por la gente (cf Gál 3, 13) y que Dios: A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en Él”  (2Cor 5, 21).
En vez de un fracaso, la muerte de Cristo, demostró ser el más grande de los triunfos, coronado por la Resurrección. La Cruz, no era ya un “tropiezo”, muy por el contrario, se convirtió en el símbolo mesiánico de la Remisión de nuestros pecados, realizada por el mismo Dios. La enseñanza misionera de Pablo, se puede resumir de la siguiente manera: “explicándoles y probando que Cristo tenía que padecer y resucitar de entre los muertos y que «este Cristo es Jesús, a quien yo os anuncio»” (Hech 17, 3).
En cuarto lugar, la misión de Saulo, también sufrió una transformación. De enemigo de los paganos, se convirtió, en su misionero. De ferviente judío, se convirtió en un evangelizador de los paganos. Como judío y fariseo, miraba desde arriba –y en menos- a los despreciados “gentiles” (“goim”), como a personas inferiores, al pueblo elegido por Dios. El conocimiento que tuvo en Damasco, lo transformó en un apóstol totalmente entregado a la causa y su misión de vida se definió como la evangelización de los paganos. Pablo vio en Cristo –quién se le reveló- al Salvador de toda la humanidad. Pasó por la transformación de un fariseo ortodoxo, cuya misión era, la defensa del judaísmo, en el propagador de la nueva y radical secta, contra la cual en forma tan violenta procedía. Se operó en él, tal cambio, que: “Todos los que le oían quedaban atónitos y decían: “¿No es éste el que en Jerusalén perseguía encarnizadamente a los que invocaban ese nombre, y no ha venido aquí con el objeto de llevárselos atados a los sumos sacerdotes?” (Hech 9, 21).
El historiador Philip Schaff, asevera: “La conversión de Pablo, no solo indica un punto de inversión en su historia personal, también inicia, una importante etapa en la Iglesia Apostólica y en consecuencia también, de la historia de la humanidad. Este fue el más importante fruto desde el milagro del Envío del Espíritu Santo y le aseguró al cristianismo un triunfo universal” (Philip Schaff, History of the Christian Church, t. I. Apostolic Christianity,  A.D. 1-100, William B. Eerdmans Publishing Co., Grand Rapids 1910, pág 296).
Durante el almuerzo, en la Universidad de Houston me senté al lado de cierto estudiante, conversando acerca del cristianismo, aseveró él que no existe ninguna prueba histórica acerca de la existencia de Cristo. Estaba haciendo su Maestría en historia y me percaté que uno de los libros que llevaba consigo era la “Historia de Roma”. Reconoció -que en ese libro- se encuentra un capítulo referente al apóstol Pablo y al cristianismo. Luego de leer aquel capítulo, se interesó en la parte referente a Pablo, que comienza con la descripción de la vida de Saulo de Tarso y finaliza con la del apóstol Pablo. En suma, hizo un alcance, que aquello que motivó ese gran cambio (en Saulo), no ha sido suficientemente clarificado. Después de enseñarle el libro de Los Hechos de Los Apóstoles y detallarle la aparición de Cristo Resucitado a Saulo, el estudiante llegó al convencimiento, que esta es la explicación más lógica, a la conversión de Saulo. Posteriormente, ese joven, confió su vida a Cristo, como a su Salvador.
Elías Andrews, comenta: “Muchos han descubierto, en la conversión tan radical de este “fariseo de fariseos”, el material más convincente para reconocer la verdad y la fuerza de la religión a la cual se convirtió, también el más alto valor de la posición y de la persona de Cristo” (The Encyclopaedia Britannica, t. 17, pág 469). Archibald MacBride, profesor de la Universidad de Aberdeen, escribe acerca de Pablo: “Junto a sus logros (…), desaparecen los logros de Alejandro Magno y de Napoleón” (Chambers’s Encyclopedia, Pergamon Press, Londres 1966, t. 10, pág 516). Clemente (uno de los Padres de La Iglesia, quién vivió entre los siglos II y III, dice, que Pablo: “fue encadenado por siete veces; anunció el Evangelio en el Oriente y en el Poniente, llegó a las fronteras más lejanas del Poniente; y murió mártir por orden de los gobernantes” (Philip Schaff, A History of the Apostolic Church, Charles Scribner, Nueva York 1857, pág 340).
Pablo, muchas veces repetía, que Jesús vivo y resucitado, transformó su vida. Era tal su seguridad acerca de la Resurrección de Cristo, que al igual (que Jesús), él documentó sus creencias con su propio martirio.
Dos profesores de Oxford, Gilbert West y lord Lyttleton, decidieron en un momento derribar las bases de la fe cristiana. West, intentaba demostrar que la resurrección era un engaño. En cambio Lyttleton pretendía que Saulo de Tarso, nunca se convirtió al cristianismo. Ambos caballeros, sin embargo, llegaron a las conclusiones contrarias y se convirtieron en grandes seguidores de Cristo. Lord Lyttleton, escribe: “La conversión y el apostolado de San Pablo, debidamente estudiados, son ya una clara prueba acerca de que el cristianismo es una revelación Divina” (George Lyttleton, The Conversion of St. Paul, American Tract Society, Nueva York 1929, pág 467). Concluye, que sí los veinticinco años de sufrimientos de Pablo y su servicio a Cristo, fueron reales, en ese caso su conversión, fue verdadera, porque todo aquello que realizó, comenzó desde su cambio tan inesperado. Entonces, sí su conversión fue real, eso significa que Jesucristo, resucitó, puesto que todo aquello que Pablo realizó y en quién se convirtió, fue la consecuencia de su encuentro con un Cristo (Vivo y) Resucitado. 


Josh McDowell


JESÚS, MÁS QUE UN CARPINTERO.





CAPÍTULO VIII


Acerca de La Resurrección.


Cierto estudiante universitario de Uruguay, se dirigió a mí, diciendo: “Profesor McDowell, ¿por qué no puede usted abandonar el cristianismo? Le respondí: “Por una razón muy sencilla. Soy incapaz de no considerar un hecho histórico ocurrido, esto es la Resurrección de Jesucristo”.
Dediqué más de 700 horas al estudio de este tema y luego de un exhaustivo estudio de sus documentos, llegué a la conclusión que la Resurrección de Jesucristo, era una de las más incorrectas, falsas y premeditadas mistificaciones, en la cual haya creído la humanidad, o se trataba del hecho histórico más importante.
La pregunta: “¿Acaso el cristianismo tiene razón de existir?” Traslada la cuestión  de la Resurrección de la esfera de los pensamientos filosóficos, al plano de las investigaciones históricas. ¿Tiene el cristianismo una base en las investigaciones históricas? ¿Existe acaso, suficiente material documentario que permita creer en la resurrección?
Estas son pruebas muy importantes en relación a la Resurrección: Jesús de Nazaret, un profeta judío, que aseveraba, que él es el Cristo, cuya venida fue anunciada por las Sagradas Escrituras judías, fue arrestado, condenado como un delincuente común y crucificado. Tres días después de su muerte y entierro, las mujeres que visitaron el sepulcro, verificaron que el cuerpo había desaparecido. Sus discípulos, anunciaban que había resucitado por obra de Dios y que se apareció a ellos en varias ocasiones antes de su Ascensión.
Gracias a esto fue, que el cristianismo se esparció a través de todo el Imperio Romano y posteriormente, en los siguientes siglos obtuvo una gran influencia.
¿Realmente, ocurrió la Resurrección?


8.1. El entierro de Jesús.


El cuerpo de Jesús, de acuerdo a las costumbres de los entierros judíos, fue envuelto en una tela, alrededor de 30 kgs. de cremas aromáticas fueron ubicados entre los pliegues de la tela (Jn 19, 39-40).
Luego de acomodar el cuerpo en una tumba labrada en la piedra (cf Mt 27, 60), su entrada fue bloqueada con una enorme roca (cf Mc 16, 4), que pesaba aproximadamente unas dos toneladas, la cual fue colocando un sistema especial de levantamiento (grúa).
Junto al sepulcro, quedó una guardia romana compuesta de soldados instruidos en la disciplina habitual de las cohortes romanas. El temor ante el castigo, “motivaba que cumplieran escrupulosamente su misión, especialmente durante la guardia nocturna” (George Currie, The Military Discipline of the Roman from the Founding of the City to the Close of the Republic,  resumen de un trabajo publicado con el auspicio del Graduate Council of Indiana University 1928, págs 41-43). La entrada a la tumba, había sido sellada por el jefe de la guardia con un sello romano como signo de propiedad del poderoso Imperio (A.T. Robertson, Word Pictures of The New Testament, R.R. Smith, Inc., Nueva York 1931, pág 239). De esta manera, se prevenían los actos de vandalismo. Aquel que quisiera correr la roca, tendría que romper el sello y con ello se arriesgaría a ser juzgado por la ley romana.
Sin embargo, al tercer día, la tumba se encontraba vacía.


8.2. La Tumba Vacía.


Los seguidores de Jesús, decían que había resucitado. Indicaban que se les apareció durante cuarenta días y les dio muchas pruebas de que estaba vivo (Hech 1, 3). El Apóstol Pablo dijo, que lo vieron más de quinientos de sus seguidores, de los cuales, la mayoría aun vivía y que podían confirmar sus palabras (cf 1Cor 15, 3-8).
A.M. Ramsey escribe: “Creo en la Resurrección en parte, porque de no ser así, habría situaciones que se tornarían del todo inexplicables (Arthur Michael Ramsey, God, Christ and the Word, SCM Press, Londres 1969, págs 78-80). El caso de la tumba vacía, “fue demasiado conocida, como para que hubiese podido ser negada”. Paul Althaus, afirma, que la resurrección no hubiera podido ser acreditada en Jerusalén ni siquiera por un día, ni siquiera por una hora, sí acaso todas las partes interesadas no hubieran aceptado como un hecho real, la tumba vacía” (Paul Althaus, Die Wahrheit des kirchlichen Osterglauhens, C Bertelsmann, Gotersloh 1941, págs 22. 25ss).
Paul L. Maier, concluye, “Sí con criterio y honradamente analizamos todo el material documentario, estará de acuerdo según los cánones de las investigaciones históricas, la afirmación, que la tumba donde fue depositado el cuerpo de Jesús, se encontraba en realidad vacía, al amanecer del día siguiente al Sabat. Y hasta nuestra época, no ha sido descubierto en los medios literarios, epigráficos o arqueológicos ni la más pequeña prueba, que pudiera derribar esta afirmación” (Independent, Press-Telegram, 1973, 21 de abril, pág A-10).
¿Cómo podríamos explicar el hecho de que la tumba estaba vacía? ¿Acaso se esconde tras esto algo de origen natural?
Apoyándose en todo el material de las pruebas históricas, los cristianos creen, que Jesucristo, corporalmente resucitó, en es tiempo y momento, gracias al poder sobrenatural de Dios. Las dificultades ante esta afirmación pueden ser grandes, pero los problemas para probar lo que afirman los incrédulos son aun mayores.
Es muy significativa la situación junto a la tumba, luego de la resurrección. El sello romano, fue roto, ¿quién lo hizo?, este delito se condenaba en forma automática con la crucifixión cabeza abajo. La roca fue retirada no solo de la entrada, sino de toda la tumba, como si alguien lo hubiese levantado y trasladado hacia otro lugar (Josh McDowell, Evidence That Demands a Veredict, Campus Crusade for Christ International, San Bernardino, California 1973, pág 231). La guardia huyó. Justiniano en sus “Digestas” (49.16) establece una lista de dieciocho causales por las que los guardias podían ser condenados a muerte. En esta lista, se incluían entre otras, el quedarse dormidos y el abandono del lugar.
Llegaron las mujeres y encontraron la tumba vacía, se asustaron y fuero a decirle esto a los hombres. Pedro y Juan corrieron hacia la tumba. Juan llegó primero pero no entró al interior. Se asomó y vio las telas fúnebres, levemente deformadas, pero vacías. El cuerpo de Cristo, pasó a través de ellas, a una nueva forma de existir. Miremos esta realidad, una situación así, te llevaría a creer, al menos, por un momento.
Algunas teorías, explicando la resurrección como algo de características naturales, no son convincentes: realmente incluso ayudan a tener la certeza de la verdad de la resurrección.


8.3. ¿No era esta la tumba?


La teoría propagada por Kirsopp Lake, supone, que las mujeres, que comunicaron acerca de la desaparición del cuerpo, por un error, fueron a otra tumba. Sí así hubiera ocurrido, los Apóstoles, quienes fueron a verificar, también tendrían que haberse dirigido a una tumba equivocada. Podemos estar seguros, sin embargo, que las autoridades judías, de que junto a la tumba hubiera una guardia romana, para impedir que robaran el cuerpo, no se equivocaron en cuanto a la localización de la tumba. Como tampoco la guardia romana que estuvo en el lugar.
Sí tuviésemos entre las posibilidades, un error, las autoridades judías, rápidamente, hubiesen mostrado el cuerpo en el lugar correcto, liquidando de una vez por todas, todas las habladurías acerca de la resurrección.
Otra forma de tratar de aclarar el asunto, dice que las pariciones de Jesús luego de su resurrección, corresponde a una ilusión óptica o a una alucinación. Esta teoría, no está basada en ningunas de las reglas sicológicas que sirven para probar una alucinación y además está en abierta contraposición con la situación histórica y el estado síquico de los Apóstoles.
Entonces, ¿dónde se encontraba, realmente el cuerpo y por ué no fue presentado por las autoridades públicas?


8.4. La Teoría de la Inconsciencia.


Según la teoría de la inconsciencia, popularizado por Venturini, unos cientos de años atrás,  y que ha sido constantemente citada, Jesús no murió en la cruz; solo perdió la conciencia a causa del cansancio y de la pérdida de sangre. Todos juzgaban, que había muerto, pero luego, volvió en sí y los Apóstoles creyeron que había resucitado.
David Friederich Strauss, un escéptico, quien personalmente no creía en la resurrección, le dio un golpe maestro y definitivo a las afirmaciones que decían que Jesús se habría despertado de un estado de inconsciencia: “Es imposible que un hombre torturado, medio muerto, se hubiera podido escabullir de su tumba, tan bien guardada y tambaleando sobre sus piernas por la falta de fuerzas y la enfermedad, que necesitaba una pronta curación de sus heridas, una forma de adquirir fuerzas y de grandes cuidados y que seguía sufriendo, hubiese podido crear en los discípulos la idea de que había resucitado, que derrotó a la muerte y que es el Príncipe de la Vida, impresión que hubiese creado en los discípulos muchas dudas en su futura misión sacerdotal. Una aparición Suya, en ese estado, solo hubiera debilitado la impresión que causó en los discípulos con su vida y su muerte y en el mejor de los casos les hubiera permitido elegir (sí creer en Él, o no creer), pero en ningún caso hubiese cambiado su depresión y su miedo, en entusiasmo, no hubiese creado en ellos una alegre adoración” (David Friederich Strauss, The Life of Jesus for the People, Williams and Norgate, Londres 1879 (2ª Edición), t. 1, pág 412).


8.5. ¿El cuerpo, robado?


Otra teoría afirma, que los discípulos robaron el cuerpo de Jesús, cuando los guardias se quedaron dormidos (cf Mt 28, 11-15). El quebrantamiento y la cobardía de los discípulos, son argumentos difíciles de derribar frente a una repentina valentía que los hubiese llevado a enfrentarse a la guardia romana. Ellos realmente no estaban en condiciones de realizar este tipo de acciones.
J.N.D. Anderson, decano de la facultad de derecho de la Universidad de Londres, presidente de derecho Oriental de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (School of Oriental and African Studies) y a la vez Director del Instituto de Estudios Legales Avanzados (Instituto of Legal Advanced Studios), dependencia adjunta de la Universidad de Londres, comenta así la aseveración de que los discípulos hubiesen robado el cuerpo de Cristo: “Esto se contra pondría a todo lo que conocemos acerca de ellos: con su ética, con su forma de vida,  con su falta de fuerza a raíz de los sufrimientos y persecuciones. No explicaría tampoco esto, de cómo personas tan quebrantadas, hubiesen cambiado en forma tan dramática, en testigos que no podían callar aun y a pesar de todas las dificultades” (J.N.D. Anderson, Christianity: The Witness of History, copyright Tyndale Press, 1970. Cedido por InterVarsity Press, Downers Grove, Illinois, pág 92).
La teoría acerca de que las autoridades judías o romanas hubiesen trasladado el cuerpo de Cristo, no explica su desaparición, puesto que el fin logrado hubiera sido contraproducente a los planes de dichas autoridades, asimismo es la teoría del robo del cuerpo por parte de los discípulos. Sí dichas autoridades hubieran sabido el paradero del cuerpo de Jesús, por qué, cuando en Jerusalén los discípulos anunciaban la Resurrección de Jesús, estas autoridades no aclararon que el cuerpo había sido retirado por ellas con un fin.
Sí hubieran existido esas pruebas, hubiesen aclarado dónde se encontraba el cuerpo, ¿por qué no trasladaron su cuerpo en una carreta por las calles de Jerusalén? Una acción así, hubiese llevado al cristianismo a la perdición.
El Dr. John Warwick Montgomery, comenta: “Esto, sobrepasa todas las fronteras posibles de la imaginación, que los primeros cristianos fueran capaces de inventar un cuento así, y luego anunciarlo como una verdad entre aquellos que con facilidad hubieran podido desacreditarlo presentando el cuerpo de Jesús” (John Warwick Montgomery, History and Christianity, InterVarsity Press, Downers Grove, Illinois 1972, pág 78).


8.6. Las pruebas de La Resurrección.


El profesor Thomas Arnold, por catorce años, director de Rugby (una conocida Escuela para jóvenes (varones) en el centro de Londres, que fue fundada en el año 1567, (N. del Editor), autor del famoso trabajo, en tres tomos, History of Rome (La Historia de Roma), nominado como director de la cátedra de Historia  de la Vida Nueva en Oxford, quién conocía perfectamente el valor de las pruebas que permiten verificar un hecho histórico, dijo: “Por muchos años, estudié la historia de diferentes épocas. Estudié y sopesé las pruebas de aquellos que escribieron acerca de esto. No conozco ningún hecho en la historia de la humanidad, que al entendimiento de un experto estudioso, se encuentre mejor y más firmemente avalado por muchísimas pruebas de diversos tipos, que este gran signo que nos fuera dado por Dios, que Cristo murió y resucitó” (Thomas Arnol, Christian Life – Its Hopes, Its Fears, and Its Close, T. Fellows, Londres 1859 (6ª Edición), pág 324).
El estudioso inglés, Brooke Foss Westcott, dijo: “Luego de reunir todas las pruebas, no será una exageración decir, que no hay en la historia un hecho mejor probado y que contenga la más amplia documentación, que la Resurrección de Jesucristo. Únicamente, la antigua suposición, acerca de que la resurrección era un engaño, podía haber sugerido la idea de que no existían pruebas que la demostraran” (Paul E. Little, Know Why You Believe, Scripture Press Publications, Inc., Wheaton 1967, pág 70).
El Dr. Simon Greenleaf, fue uno de los más importantes pensadores del derecho en America. Fue un importante profesor de Derecho en la Universidad de Harvard y su antecesor, fue el Juez Joseph Storym. H.W.H. Knotts, escribe acerca de él en su Dictionary of American Biography (Biografía de los Americanos (más) Conocidos): “A los esfuerzos de Storym y Greenleaf, la Escuela de Derecho de Harvard, debe su actual posición entre las mejores escuelas de derecho de los Estados Unidos”. El profesor Greenleaf, escribió un libro en el cual estudió la validez legal de los testimonios de los Apóstoles referidos a la Resurrección de Cristo. Se percató, de que hubiera sido imposible que los Apóstoles, “hubieran podido mantenerse, afirmando la verdad que anunciaban, sí realmente Jesús no hubiera resucitado y sí ellos no hubiesen conocido este hecho, con toda seguridad” (Simon Greenleaf, An Examination of the Testimony of the Four Evangelists by the Rules of Evidence Administered in the Courts of Justice, Baker Book House, Grand Rapids 1965, reimpresión de la edición de 1874, pág 29). Greenleaf concluye que la Resurrección de Cristo, es uno de los hechos históricos mejor probados según las normas implementadas en los juzgados en relación al procesamiento del material testimonial.
Otro abogado, Frank Morison, intentó destruir el testimonio acerca de la resurrección. Consideraba que la vida de Cristo, era una de las mas hermosas, en la historia de la humanidad, pero en cuanto a la resurrección, juzgaba que esta era un mito, que alguien agregó a la historia de Jesús. Planeaba escribir un ensayo acerca de los últimos días de vida de Jesús. Realmente, tenía la intención de ignorar la resurrección. Consideraba que un acercamiento inteligente y racional a Jesús, le daba la razón en cuanto a ignorar dicho acontecimiento. Sin embargo, al estudiar los hechos, aprovechando para ello sus conocimientos legales y su práctica, tuvo que cambiar su opinión. Escribió finalmente el bestseller, Who Moved the Stone? (¿Quién movió La Roca?), (Frank Morison, Who Moved the Stone?, Faber and Faber, Londres 1930). El primer capítulo, lleva por título: “El libro, que no hubiese querido escribir”, los siguientes capítulos, en forma decidida, se ocupan de acreditar la veracidad de los testimonios acerca de la resurrección de Jesucristo.
George Eldon Ladd, concluye: “Una de las explicaciones racionales de estos hechos históricos, es que Dios, resucitó el cuerpo humano de Jesús” (George Eldon Ladd, I Believe in the Resurrection of Jesus, William B. Eerdmans Publishing Co., Grand Rapid 1975, pág 141). Una persona creyente en Jesucristo, hoy en día puede tener la plena seguridad –así como la tuvieron los primeros cristianos- que su fe, está basada, no en un a leyenda o en un mito, sino en el probado hecho histórico de la Resurrección de Jesús y de Su salida de la tumba.
Y algo más importante aun, el creyente puede verificar en su propia vida el poder de la Resurrección de Jesús. Ante todo, puede tener la seguridad, de que sus pecados fueron redimidos (cf 1Cor 15, 3). En segundo lugar, puede estar seguro de la vida eterna y de su propia resurrección (cf 1Cor 15, 19-26). En tercer lugar puede quedar libre del vacío y la desesperanza de su vida que ha sido transformada en una nueva creatura, en Jesucristo (cf Jn 10, 10; 2Cor 5, 17).
¿Cuál es tú opinión acera del tema? ¿Qué piensas, acerca de la tumba vacía?
Luego de estudiar las pruebas desde la perspectiva del derecho, Lord Darling, quien fuera el más alto juez de Inglaterra, comprobó que, “existe tal cantidad de pruebas, tanto positivas como negativas, importantes y otras que no lo son tanto, que ningún juzgado en el mundo, podría considerar la historia acerca de la resurrección como algo falso” (Michael Green, Man Alive!, Inter Varsity Press, Downers Grove, Illinois 1968, pág 54).


Josh McDowell


JESÚS, MÁS QUE UN CARPINTERO.



CAPÍTULO  IX



Que se revele el verdadero Mesías.


Jesús, pudo de diferentes maneras, demostrar que Él era el Mesías,, EL Hijo de Dios. En este capítulo quisiera ocuparme de una prueba muchas veces soslayada, pero quizás una de las profecías mas importantes que se cumplieron en su vida.
Jesús muchas veces, se refería a las profecías del antiguo Testamento para demostrar que le correspondía el título de Mesías. En la Carta a los Gálatas está escrito: “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Gál 4, 4), esta es una referencia a ls profecías que se cumplieron en la persona de Jesús, el Cristo. “Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras” (Lc 24, 27). Jesús “después les dijo: «Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí” (Lc 24, 44). Dijo también: “Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí” (Jn 5, 46). Y agregó: “Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi Día; lo vio y se alegró” (Jn 8, 56).
Los Apóstoles, autores del Nuevo Testamento, constantemente se referían al cumplimiento de las profecías para comprobar el anuncio de la verdad, de que Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador, el Mesías.
“Pero Dios dio cumplimiento de este modo a lo que había anunciado por boca de todos los profetas: que su Cristo padecería” (Hech 3, 18). “Pablo, según su costumbre, se dirigió a ellos y durante tres sábados discutió con ellos basándose en las Escrituras, explicándolas y probando que Cristo tenía que padecer y resucitar de entre los muertos y que “este Cristo es Jesús, a quien yo os anuncio” (Hech 17, 2-3). “Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras” (1Cor 15, 3-4).
En el Antiguo Testamento, encontramos las 60 más importantes profecías mesiánicas y alrededor de 270 citas que se cumplen en la persona de Jesucristo.
Sería provechoso ahora, ver todos estos anuncios referentes hechos a la persona de Cristo. Probablemente ustedes nunca se han dado cuenta, cuan importantes son los detalles que hacen mención a sus apellidos, nombres y direcciones, y sin embargo estos detalles son los que los diferencian a ustedes de más de cinco mil millones de otras personas, que habitan en nuestro planeta.


9.1. “La dirección” en la historia.


Con un mayor cuidado acerca de los detalles, Dios se preocupó de remarcar “la dirección” en la historia, para diferenciar a su Hijo, el Mesías, el Salvador de la humanidad, que haya vivido en la antigüedad, que viva en la actualidad o en el futuro. La precisión de esa “dirección” se encuentra en el Antiguo Testamento, documento escrito en el transcurso de mil años y que contiene más de 300 citas relacionadas con Su venida. De acuerdo al cálculo de las probabilidades, la chance de que se cumplieran solo cuarenta y ocho de estas profecías en una sola persona, se define como: 1:1017.
La tarea de poder compaginar la “dirección” de Dios en relación a una sola persona, se complica por el hecho que todas estas profecías relativas al Mesías, fueron predichas al menos 400 años antes de Su venida. Algunos pudieran tener una opinión diferente y decir, que estas profecías fueron recopiladas y escritas después de la muerte de Cristo y de éste modo prefabricadas para que coincidieran con Su vida. Esto podría considerarse posible hasta el momento en que ustedes se dieran cuenta, que la Septuaginta, traducción al griego del Antiguo Testamento escrito en hebreo fue realizada alrededor de 150-200 años antes de Cristo. La traducción griega indica que entre la recopilación de las profecías y su cumplimiento en Cristo, existió un corte de no menos de doscientos años.
Indudablemente, esta “dirección” indicada por Dios, solo podía ser dirigida a una persona en la historia –esto es al Mesías. Alrededor de cuarenta hombres, en diferentes épocas, aseveraron ser el Mesías de los judíos. Sin embargo, solo uno – Jesucristo – se refirió al cumplimiento de las profecías (en su persona), y solo Él, fue capaz de demostrar sus derechos a ese título.
Presentemos pues, algunos de estos detalles. ¿Qué acontecimientos tenían que ocurrir antes de la revelación del Hijo de Dios y luego acompañarlo?
Primero tenemos que retroceder hasta el libro del Génesis. Aquí leemos la primera profecía mesiánica. En todas las Sagradas Escrituras, existe solo un hombre “hijo de una virgen” (cf Gén 3, 15), todos los demás nacidos son –como lo dice la Biblia- engendrados por un hombre. Éste (el Mesías) vendrá al mundo y destruirá las obras de Satanás (“le pisará (triturará) la cabeza”).
En el libro del Génesis, Dios, sigue concretizando esta “dirección”. Noé, tuvo tres hijos: Sem, Jafet y Cam. Todos los pueblos actuales, tienen su inicio en ellos. Sin embargo, Dios, de acuerdo a la lista de la descendencia de Noé (cf Gén 10 y 11) con mucho cuidado, eliminó a dos de ellos de la línea mesiánica. El Mesías tenía que provenir de la línea de Sem.
Alrededor del año 2000 antes de Cristo, Dios ordenó a Abrám salir de Carán. En cuanto a él fue mucho mas concreto, dando a entender, que el Mesías, sería uno de sus descendientes.
Los pueblos de toda la tierra serían bendecidos  través de Abrám (cf Gén 12). Abraham (este nombre recibió Abrám de Dios, como símbolo de la Alianza (cf Gén 17, 5), engendró dos hijos: Ismael e Isaac (fueron estos sus dos hijos mayores; luego de la muerte de Sara, Abraham se casó nuevamente y tuvo seis hijos más (cf Gén 25, 1-2), muchos descendientes de Abraham, fueron excluidos de la línea mesiánica, cuando Dios, escogió a su segundo hijo, Isaac (cf Gén 17; 21).
Isaac, tuvo dos hijos: Esaú y Jacob; Dios escogió la línea de Jacob (cf Gén 28; 35, 10-12; Lev 24, 17). Jacob, tuvo doce hijos, de los cuales, nacieron las doce tribus de Israel. Entonces, Dios, separó a la tribu de Judá, eliminando con ello a las restantes tribus de Istael. Y de toda la descendencia de la tribu de Judá, la elección Divina recayó en la línea de Jesé (cf Is 11, 1-5). Podemos darnos cuenta como se reduce el círculo de las probabilidades.
Jesé tuvo ocho hijos. Dios, de su descendencia eliminó de entre los ocho a siete (cf 1Sam 16). Nos percatamos que el Hijo de Dios, no solo será el hijo de una virgen, de la línea de Sem, de raza judía, de la línea de Isaac, de la línea de Jacob, de la tribu de Judá, sino que además de la casa de David (cf 2Sam 7. 12-16; Jer 23, 5).
La profecía procedente del año 1012 antes de Cristo, anuncia (cf Sal 22, 17) que sus manos y pies, serán traspasados (será crucificado). Este relato fue escrito 800 años antes de que lo romanos introdujeran la pena de la crucifixión.
El libro de Isaías agrega, que Él nacerá de una virgen (cf Is 7, 14); un nacimiento natural, que es el resultado de una concepción milagrosa que queda fuera de toda posibilidad de la planificación y control humanos. Varias profecías descritas en el libro de Isaías y en el libro de los Salmos describen la situación contemporánea y las reacciones con que el Hijo de Dios, se encontrará: Su propio pueblo, los Judíos, Lo rechazarán y en cambio creerán en Él, los paganos (cf  Is 8, 14; 49, 6; 50, 6; 52; 53; 60, 3; Sal 22, 7-8;118, 22). Tendrá a su precursor (Is 40, 3; Mal 3,1), la voz que clama en el desierto, aquel que preparará el camino del Señor – Juan el Bautista.


9.2. Treinta piezas de plata.


Consideren también, siete citas proféticas, que completan el relato acerca de los próximos acontecimientos. Dios nos indica, que el Mesías: será traicionado por un amigo, por treinta piezas de plata y que este dinero será arrojado sobre el suelo del templo y será aprovechado para comprar el campo del alfarero (cf Sal 41, 10; Zac 11, 12-13; Jer 18, 2-6; 19, 11; 32, 6-15; Mt 27, 3-10).
En el Libro de Miqueas, está escrito, que Dios eliminó a todas las ciudades del mundo, escogiendo como lugar para el nacimiento del Mesías a Belén con una población inferior a mil habitantes (cf Miq 5, 1).
Luego, a través de una serie de profecías, Dios estableció la sucesión de hechos que acompañarían la venida de Su Hijo. Por ejemplo, en el libro de Malaquías y en otros cuatro fragmentos del Antiguo Testamento, se anuncia, que en el período de la venida del Mesías, existirá aun el templo de Jerusalén (cf Mal 3, 1; Sal 118, 26; Dan 9, 26: Zac 11, 13; Age 2, 7-9). Esto tiene un significado enorme, cuando nos percatamos que el templo fue destruido en el año 70 dC., y desde esa época, nunca ha sido reedificado.
La precisión de la línea genealógica, el lugar, el tiempo y la forma del nacimiento, las reacciones de la gente, la traición, la forma de muerte. Esa es solo una pequeña parte de entre cientos de detalles que crean esta “dirección” que identifican al Hijo de Dios, al Mesías, al Salvador del mundo.


9.3. Contra: El cumplimiento de las profecías fue solo una coincidencia.


“Pero se pudiera constatar el cumplimiento de estas profecías en las personas de Kennedy, King, Nasser y otros” contestará un crítico.
Cierto, se podría comprobar que una o dos profecías, se podrían aplicar a otras personas, pero que todas las 60 más importantes profecías y las 270 citas, se apliquen es imposible. Sí ustedes encontrarán a una persona así, aparte de Jesús, viva o muerta, en la cual se cumplieran solo la mitad de las profecías relativas al Mesías que se encuentran descritas en el libro Messiah in Both Testaments (El Mesías en ambos Testamentos) de Fred John Meldaua, la empresa Christian Victory Publishing Company de Denver está dispuesta a cancelarles un premio ascendente a la suma de 1000 dólares.
H. Harold Hartzler del American Scientific Affiliation en el prólogo del libro de Peter W. Stoner y Robert C. Newman (Peter W. Stoner y Robert C. Newman, Science Speaks, Moody Press, Chicago 1976), escribe: el manuscrito Science Speaks (Enseñanza de la lengua) fue exhaustivamente analizado por el Comité del American Scientific Affiliation y por su Consejo Ejecutivo y fue reconocido y digno de fe y como muy sólido en el sentido del material de enseñanza presentado. El análisis matemático que en el se encuentra, está basado en el cálculo de probabilidades el cual está aplicado en forma total y correcta y el profesor Stoner realizó esto en forma precisa y convincente.
Las siguientes cifras, son tomadas de este libro para demostrar que el cálculo de probabilidades, descarta en este caso el acontecer de la época. Stoner asegura, que luego de implementar el saber actual con respecto a las probabilidades en relación a solo ocho profecías “ocurre, que la chance, de que en alguna persona que haya vivido hasta el momento se hayan cumplido estas ocho profecías, se expresa así: 1:1017”. Esto significaría 1:100 000 000 000 000 000. Para ayudarnos a entender la enormidad de la cifra, Stoner lo ilustra de la siguiente manera: “Supongamos que tomamos 1017 dólares de plata y las colocamos en tierra en el estado de Texas (casi 287.000 kms2, o sea casi la mitad del territorio de España). Estas monedas cubrirían la totalidad de la superficie de este estado con un espesor de 60 cms. Ahora tomemos una de estas monedas y marquémosla, luego revolvamos todas las monedas esparcidas por este estado. Tomemos a una persona y vendémosle los ojos y digámosle que puede avanzar tan lejos como quiera, pero puede recoger solo un dólar de plata, y este debe ser solo el marcado. ¿Qué probabilidad existe que se recoja exactamente esa moneda? Esa, es la misma probabilidad de que estas ocho profecías se cumplieran en relación a una sola persona que haya vivido desde que estas fueran recopiladas, hasta nuestros tiempos” (…)
Estas profecías, o fueron inspiradas por Dios o los profetas las escribieron de acuerdo a sus propios pensamientos. En el segundo caso, hubieran tenido ellos una sola posibilidad en 1017, que estas se cumplieran en una sola persona, sin embargo, todas ellas se cumplieron en el tiempo y el lugar determinado en la persona de Cristo Jesús.
Esto significa, que le cumplimiento de estas ocho profecías en el mismo momento y a la vez, nos confirma que nacieron por inspiración Divina y que producen una certeza tan grande, que matemáticamente, le faltaría una sola chance sobre 1017, para que esta fuera absoluta.


9.4. Otro reproche.


Otro reproche muy habitual, es que Jesús, premeditadamente trató de que en Él se cumplieran las profecías judías. Parece ser correcto, hasta el momento en que nos damos cuenta que muchos detalles referidos a la venida del Mesías, quedaban totalmente fuera del control humano.
Por ejemplo, el lugar del nacimiento. Se podrían imaginar ustedes a Jesús, aun en el vientre materno, cuando iba María montada en el burrito, que le hubiera hablado a su mamá diciéndole “mamá aun no, aquí no…” Cuando Herodes les preguntó a los sumos sacerdotes y escribas, dónde debía nacer el Cristo, contestaron: “Ellos le dijeron: “En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta” (Mt 2, 5). El tiempo de Su venida. La forma en la que ocurrió el nacimiento. La traición de Judas y el precio de esa traición. La forma en la que Jesús murió. Las reacciones de la gente, las burlas y escupitajos y el asombro. El hecho de que hayan jugado Sus ropas a los dados. El hecho de que no hayan dividido Su manto, etc. La mitad de las profecías estaban fuera del alcance de un posible planeamiento realizado por Jesús. No podría haber logrado, nacer de una virgen, de la tribu de Sem, de la línea genealógica de Abraham, etc. Por tanto no es nada extraño que tanto Jesús como sus Apóstoles, hayan recurrido a demostrar el cumplimiento de las profecías queriendo con ello comprobar Su derecho al título de Mesías.
¿Por qué Dios se tomó tantas molestias? Creo que quiso, que Jesús tuviera todas las credenciales necesarias cuando viniera al mundo. Sin embargo, lo mas importante y hermoso es que Jesús logró transformar la vida de la humanidad. Solo Él, fue capaz de comprobar los cientos de profecías que anunciaban Su venida y estaban escritas en el Antiguo Testamento. Solo Él, es capaz de hacer cumplir la más importante de las profecías, para aquellos que lo reciban – la promesa de una nueva vida: “Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez 36, 26). “Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo” (2Cor 5, 17).


Josh McDowell


JESÚS, MÁS QUE UN CARPINTERO.




CAPÍTULO X


¿Existe algún otro camino?


No hace mucho en la Universidad del Estado de Texas se acercó a mí un estudiante y me preguntó: “¿Por qué consideras que Jesús es el único camino que nos lleva a Dios?” Primero, le mostré que Jesús mismo se consideraba como el único camino conducente a Dios, que los testimonios dignos de Fe de las  Sagradas Escrituras y de los Apóstoles, así lo demostraban y que poseemos suficientes pruebas que determinan nuestra fe en Jesús, como nuestro Salvador y Señor. Sin embargo, volvió a inquirir: “¿Por qué Jesús?” “¿Acaso no hay otra manera de unirse con Dios?” “¿Y qué pasa, con Buda y Mahoma?” “¿Acaso uno no puede vivir honradamente con su propia conciencia?” “Si Dios, es un Dios de amor, ¿no aceptará a las personas tal como ellas son?”
Cierto hombre de negocios me dijo: “Usted me demostró sin duda alguna, que Jesucristo es el Hijo de Dios. ¿Acaso no existen otros caminos, aparte de Jesús, que nos conduzcan  Dios?”
Los comentarios mas arriba descritos, son las típicas preguntas que escuchamos hoy en día de diferentes personas, las cuales quieren saber, ¿por qué tienen que confiar personalmente en Jesús como su Salvador y Señor, para poder establecer un contacto con Dios y recibir de esta forma el perdón de los pecados? Le contesté a aquel estudiante, diciéndole que muchas personas no entienden la naturaleza de Dios. La pregunta mas habitual es: “¿Cómo es posible, que un Dios todo misericordia, permita que el pecador vaya al infierno?” Yo en cambio, preguntaría: “¿Cómo sería posible que un Dios, Santo,  Justo y Misericordioso, permitiese que un pecador se presentara ante Él?”
La falta de entendimiento de la naturaleza y del carácter de Dios, ha sido el motivo de grandes problemas teológicos y étnicos. La mayor parte de las personas desea ver en Dios a un Padre amoroso, pero pretenden quedarse solo en eso.  En cambio, Dios, no solo es un Dios de amor, también es Justo, Misericordioso y Santo.
Conocemos principalmente a Dios por sus atributos. Estos atributos, no son sin embargo una parte de Dios. Alguna vez pensé, que si lograba reunir todos los atributos de Dios, la santidad, el amor, la misericordia y la justicia, el resultado sería Dios mismo. Pero, no es así. El atributo no es una parte de Dios, si no mas bien, algo de su propiedad. Por ejemplo, cuando decimos que Dios es amor, no significa esto, que el amor es una parte de Dios, sino que el amor es una característica de Dios. Cuando Dios ama, es propiamente, Él.
Y este, es el problema que apreció como consecuencia de que el hombre entrara en el camino del pecado. Dios, en su eternidad, decidió crear al hombre y a la mujer. En mi opinión la Biblia indica, que lo hizo para compartir con ellos su amor y su gloria. Pero cuando Adán y Eva se rebelaron y se alejaron de Él, entre la gente apareció el pecado. En ese momento se convirtieron en pecadores y se alejaron de Dios. ¿En qué “incómoda situación” se encontró Dios. Él creo al hombre y a la mujer para que compartieran con Él, Su gloria, ellos sin embargo, rechazaron su consejo y recomendación y decidieron pecar. Pero Él, aun así los trató con amor, para salvarlos. Pero como no es solo el Dios de amor, sino también un Dios Santo, Justo y Recto, su sola naturaleza destruiría a cada pecador. La Biblia dice: “La paga por el pecado, es la muerte”.
Podríamos decir en este caso que Dios tuvo un hueso duro de roer.
En la mentalidad de Dios –esto es de Dios Padre, de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo- fue tomada una decisión. Jesús, el Hijo de Dios, tomará una forma humana. Se convertirá en el Hombre-Dios. Esto aparece descrito en el Evangelio: San Juan escribe que Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1, 14a), asimismo en la Carta a los Filipenses, donde San Pablo escribe que Jesucristo se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre” (Flp 2, 7).
Jesús en la tierra, fue el Hombre-Dios. Había en Él tanta humanidad, como si realmente no hubiese sido Dios, y tanta Divinidad como si nunca hubiese sido hombre. Por su propia elección, llevaba una vida libre de pecado y era íntegramente obediente al Padre. La decisión Bíblica, acerca de que la paga por el pecado es la muerte, a Él no lo alcanzó. Así como en la tierra, Jesús estaba limitado por su humanidad, asimismo, era ilimitado en su Divinidad, pudo por esto tomar sobre sí, todos los pecados del mundo. Cuando hace casi 2000 años fue crucificado, el Dios Santo, Justo y Verdadero, descargó sobre Él (sobre sí mismo), todo su enojo. Y cuando Jesús dijo: “Todo está cumplido”, la verdadera, la justa naturaleza de Dios fue reconocida. Podríamos decir, que en ese momento, Dios pudo libremente, no renunciando a su Santidad, obrar con humanidad, con misericordia y sin necesidad de destruir al hombre pecador. La muerte de Jesús en la cruz, fue el reconocimiento justo a su naturaleza Divina.
Habitualmente dirijo esta pregunta a las personas: “¿Por quién, Jesús, entregó Su vida?” y comúnmente como respuesta escucho: “Por mí” o “Por el mundo”. A lo que contesto: “Ciertamente, esto es verdad, pero, ¿para quién más?” A lo que habitualmente responden: “No sé”. Entonces, les digo: “Por Dios Padre”. Cristo no solo murió por nosotros, sino también por Su Padre. Y esto está escrito en la Carta a Los Romanos, en el capítulo tercero, adónde se habla acerca de la propiciación. Por regla general, la propiciación significa el calmar algo que es urgente. Cuando Jesús murió en la cruz, lo hizo no solo por nosotros, sino también, para satisfacer la santidad y la justicia de la naturaleza de Dios.
Cierto suceso que tuvo lugar hace un tiempo en California, representa, qué rol tuvo la muerte de Jesús en la cruz en la solución referente al dilema del pecado de la humanidad. Detuvieron a una joven, acusada de avanzar a exceso de velocidad. Fue presentada ante el tribunal. El juez leyó la acusación y preguntó sí ella aceptaba su culpabilidad. La mujer contestó: “Sí”. El juez, terminó la audiencia, condenándola a pagar una multa de cien dólares, o diez días de arresto. Y entonces ocurrió algo muy sorprendente. El juez se levantó, se sacó su toga, bajó del estrado, sacó un fajo de billetes y pagó la multa. ¿Qué se escondía tras todo esto? El juez era el padre de la condenada. Amaba a su hija, pero también era un juez justo. Su hija, había violado la ley y él no podía decir: “Porque te amo mucho, te perdono. Puedes irte”. Sí hubiese hecho eso, no hubiese sido un juez honrado. El hubiera quebrantado la ley. Sin embargo amaba muchísimo a su hija,  así que bajó de su sitial, se sacó la toga y canceló la multa por su hija.
Esta historia, ilustra hasta cierto punto, lo que hizo Dios por nosotros a través de Jesucristo. Pecamos. La Biblia dice: “La paga por el pecado es la muerte”. No importa aquí, la magnitud del amor de Dios hacia nosotros. Él, por ser Verdadero y Justo, siempre condena el pecado con la muerte. Siendo sin embargo, un Dios lleno de amor, bajó de su trono en la forma de un hombre, Jesucristo y pagó por nosotros el precio, el cual fue la muerte de Cristo, en la cruz.
En ese momento, muchas personas, harían la siguiente pregunta “¿Por qué Dios, no puede solamente perdonar?” Cierto gerente de una gran empresa dijo: “Mis trabajadores, muchas veces realizan sus labores en forma incorrecta y yo los perdono”. Y luego agregó: “¿Usted me quiere inclinar a pensar, que Dios no es capaz de hacer lo mismo?” La gente, no se percata, que sí existe el perdón, es que hay un precio que pagar. Por ejemplo, digamos, que mí hija, rompe una lámpara en la casa. Soy un padre amante y comprensivo, así es que la tomo y la siento en mis rodillas, la abrazo y le digo: “No llores, mi amor, tu Papá te ama y te perdona”. A la persona a la que le cuento esta historia, comúnmente me contesta: “Esto, precisamente, debería hacer Dios”. Entonces, yo le hago esta pregunta: “¿Y quién pagará por la lámpara?” La verdad es esta, que lo haré yo. Siempre hay un costo por el perdón. Digamos, que alguien te ofende en presencia de otros y tu luego, con generosidad le dices: “Te perdono”. ¿Quién toma para sí, el precio de la ofensa? Tu mismo.
Eso fue exactamente lo que hizo Dios. Dijo: “Les perdono”. Y estuvo, sin embargo, dispuesto a pagar el precio, con Su muerte en la cruz.


 Josh McDowell


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CAPÍTULO XI


ÉL CAMBIÓ MI VIDA.


Jesucristo vive. El hecho, existe, y hago lo que hago, pues esto prueba, que Jesucristo resucitó de entre los muertos.
Santo Tomás de Aquino, escribió: “En cada alma, existe el deseo de la felicidad y el sentido”. Cuando era pequeño, quería ser feliz. En esto, no hay nada de malo. Hubiese querido ser uno de los hombres más felices del mundo. Deseaba también, que mi vida tuviese un sentido. Quería conocer las respuestas a las preguntas: “¿Quién eres?”, “¿Por qué estoy aquí, en este lugar?”, “¿Dónde me dirijo?”
Algo más, quería ser libre, uno de los hombres más libres del mundo. La libertad para mí, no es salir de la casa y hacer lo que se me antoje. Cada uno puede hacerlo y de hecho muchos lo hacen. La libertad es, “la fuerza que nos permite hacer aquello, que sabemos debemos hacer”. Habitualmente, la mayoría de las personas, saben lo que deben hacer, no tienen sin embargo la fuerza suficiente como para realizarlo. Están privados de la libertad.
Comencé entonces, a buscar las respuestas. Me parecía lógico que todas las personas tuviesen una religión, por tanto empecé a asistir a la iglesia. Tuve que elegir sin embargo, no la mejor de ellas. Algunos de ustedes comprender, acerca de qué se trata: con ellos me sentía peor, que sin ellos. Iba a los encuentros, por la mañana, por la tarde y al atardecer.
Soy una persona práctica y cuando algo no da el resultado esperado, me resigno y me retiro. Así es que me retiré de la religión. Comencé a pensar, sí la respuesta a mis preguntas se encontraba entre ellos. La conducción, la aceptación de una ideología, mi entrega a esa causa y el “ser conocido”, a lo mejor me harían feliz. En la primera universidad en la que estudié, los presidentes de las diversas asociaciones, manejaban dinero y eran orgullosos. Participé como candidato a presidente de curso del año siguiente y gané.
Era agradable conocer a todos y escuchar a cada uno saludarme: “Hola Josh”, tomar decisiones, manejar los dineros universitarios, tanto los de la institución como los estudiantiles. Esto era maravilloso, pero al igual que todo lo demás que alguna vez probé, terminó por aburrirme. Me despertaba el lunes en la mañana con dolor de cabeza, consecuencias de la noche anterior y con la idea: “Cinco días (de trabajo) frente a mí”. Soportaba desde el lunes hasta el viernes. Mi felicidad estaba relacionada solo con tres noches de la semana: la del viernes, del sábado y del domingo. Luego de lo cual, el círculo –nebuloso-  comenzaba a girar nuevamente.
Cómo los engañaba a todos. Pensaban que soy uno de los jóvenes más responsables de esa región. Durante la campaña política, utilizábamos el eslogan “La felicidad es Josh”. Organizaba mas actos que ninguno, pero nadie se percataba que mi felicidad, era similar a la de muchas otras personas. Dependía de la situación. Si todo funcionaba bien, me sentía perfecto, si no funcionaba, me sentía, pésimo.
Era como un bote en alta mar, balanceándose en las olas de la situación. Existe un término bíblico que describe este tipo de vida: el infierno. No podía, sin embargo, encontrar a nadie, que viviera en forma diferente, quien me hubiera aconsejado cómo vivir de diferente manera, ese, me hubiese dado fuerzas, para cambiar y vivir según su consejo. Todos me decían lo que debía hacer, pero ninguno me proveía de esa fuerza. Comencé a sentirme frustrado.
Sospecho que no muchas personas en los institutos de estudios superiores de América deseaban en esa época –con la misma fuerza que yo-  encontrar el sentido, la verdad y el fin en la vida. En ese tiempo aun no los encontraba, aun cuando en principio no me deba cuenta de ello. En la universidad había un pequeño grupo, eran ocho estudiantes y dos profesores, cuya vida se diferenciaba en alguna cosa de la de los demás. Causaban la impresión de tener la certeza de saber, por qué creían, en lo que creían. Me gusta alternar con ese tipo de personas. No me interesa si coinciden con mis opiniones. Algunos de mis amigos más cercanos, me critican por algunas de las cosas en las que creo, pero yo admiro a las personas que están convencidas de sus creencias. (no suelo encontrar muchas, pero siempre las admiro). Por eso muchas veces me siento mejor entre un grupo radical, y no, en medio de varios cristianos. Algunos cristianos, son tan indecisos, que me pregunto, sí acaso la mitad de ellos no finge algo. Sin embargo, las personas que integraban este grupo, sabían decididamente lo que querían. Cosa rara entre los estudiantes.
Estas personas en las que me comencé a fijar, no solo hablaban del amor. Participaban de el. Como si se remontaran por sobre la realidad de la vida universitaria. No como todos los demás, que causaban la impresión de estar desbordados por algo. Me percaté de una cosa importante: Me pareció que eran felices, y que ese estado era indistinto a los acontecimientos. Causaban la impresión de ser poseedores de un estado de alegría interior. Eran espantosamente felices. Poseían algo, que yo no poseía. Como cada estudiante típico en esta situación, cuando alguien tenía algo, que yo no tenía, inmediatamente quise tenerlo. (Por eso los dueños de bicicletas las aseguran ante los robos en las universidades). Decidí pues, hacerme amigo de estas personas que tanto me intrigaban.
Dos semanas después de haber tomado esta decisión, nos encontrábamos sentados junto a la mesa en la sala de reuniones estudiantil. La conversación fue dirigida hacia el asunto de la existencia de Dios. Cuando alguien se siente inseguro, y la conversación se concentra en el tema de Dios, habitualmente esa persona intenta aparentar seriedad. Cada comunidad, tiene una persona así, que dice: mmm… el cristianismo, ja ja. Eso es para delicaditos, no para personas inteligentes. (Habitualmente, mientras mas habla, su cabeza es mas hueca).
Comenzaron a ponerme nervioso, al final miré a una de las estudiantes (antes pensaba que todos los cristianos eran feos); me recosté hacia atrás en mi silla, puesto que no quería que estoy interesado en el tema y pregunté: “Díganme, ¿qué cambió sus vidas? ¿Por qué sus vidas, se diferencian tanto de la vida de otros estudiantes, dirigentes estudiantiles y profesores? ¿Por qué?”
Esta chiquilla debía tener una fe enorme. Me miró directamente a los ojos, y con una tranquilidad absoluta, pronunció dos palabras, las cuales nunca pensé que pudieran servir para resolver un problema en el terreno universitario. Dijo “Jesucristo” (recordemos que este libro aunque escrito originalmente en inglés, está traducido desde la lengua polaca y las dos palabras que se mencionan son Jezus Chrystus). Le respondí a esto: “Por Dios, no hables disparates, me tiene  hasta la coronilla la religión, me tiene hasta la coronilla la iglesia, me tiene hasta la coronilla, la Biblia. Solo no intenten convencerme de los disparates de la religión”. A lo que ella contestó: “No dije “religión”. Dije: “Jesucristo”. Me indicó algo de lo que yo aun no me había dado cuenta. El cristianismo realmente no es una religión. La religión son las obras de las personas que intentan acercarse a Dios a través de sus buenas acciones.  El Cristianismo es la acción de Dios, que se acerca a los hombres a través de Jesucristo, proponiéndoles una alianza con Él.
En las universidades existe la mayor parte de las personas que tienen pensamientos cristianos, más, mucho más que en otros lugares. No hace mucho conocí a un estudiante, que recordaba en los cursos del seminario magisterial que: “cada quién que entra a la iglesia, se vuelve cristiano”. Contesté a eso: “¿Acaso cada quién que entre a un garaje, se transforma en automóvil?” No existe esa dependencia. El cristiano es una persona, que ha puesto toda su esperanza en Jesucristo.
Mis nuevos amigos, me propusieron una labor intelectual, debía investigar, sí Jesucristo es el Hijo de Dios; sí tomó forma humana y sí vivió entre la gente común, luego de lo cual murió en la cruz por los pecados de la humanidad: sí fue enterrado y sí luego Él resucitó de entre los muertos tres días después,  y sí a caso en el siglo veinte sigue influyendo en la vida de muchas personas.
Consideré esto, como una farsa. Realmente yo consideraba que todos los cristianos eran una banda de idiotas. Conocía a varios. Habitualmente esperaba que algún cristiano dijera algo para poder desacreditarlo. Me imaginaba que, aunque un cristiano tuviera alguna célula gris, ella hubiese muerto en solitario. Así de sabio me consideraba.
Sin embargo, estas personas no me dejaron en paz y al final acepte sus reto. Hice esto, solo motivado por el orgullo, queriendo demostrarles el error de sus aseveraciones. No conocía la existencia de ciertos hechos. No sabía que existían pruebas que se podían valorar.
Finalmente, mi mente llegó a la conclusión, que Jesucristo, tiene que ser Aquel, que Él decía ser.
A decir verdad, en mis dos primeros libros intenté indicar el error  de las aseveraciones de los cristianos. Como no fui capaz de lograrlo, me convertí al cristianismo. Desde ese momento, consagré trece años, para describir, por qué considero, que la creencia en Jesús, es científicamente posible de aceptar.
Por ese tiempo, tuve un problema, nada pequeño. Mi mente me decía que todo esto era verdad, pero mi voluntad me dirigía en la dirección contraria. Descubrí, que la aceptación del cristianismo es el fin del egocentrismo. Jesucristo, retó a mi voluntad, para que confiara en Él. Permítanme citar Sus palabras: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Apoc 3, 20). Realmente no me importaba sí había caminado sobre el agua o sí había convertido el agua en vino. No quería tener a mí lado a nadie, que destruyera esta jugarreta que me proponía realizar. Así pues, mi mente me decía que el cristianismo era la verdad, pero mi voluntad me tiraba en el sentido contrario.
Cada vez que me reunía con la comunidad de estos fervorosos cristianos, todo comenzaba de nuevo. Sí alguna vez has estado en medio de personas felices, sintiéndote  tú, infeliz, sabes como te pueden sacar de quicio. Este contraste que se producía entre ellos y mi persona, causaba que, literalmente, huía de la sala. Llegó al punto que me iba a acostar a las diez de la noche y no podía conciliar el sueño hasta las cuatro de la mañana. Sabía, que de alguna forma tenía que resolver esta situación, sino, me volvería loco. Siempre había sido de mentalidad abierta, pero nunca tanto como para perder mi inteligencia.
Por esta causa, por ser de mentalidad abierta, el día 19 de Diciembre de 1959 a las 20:30 horas, en el segundo año de estudios, me convertí al cristianismo.
Alguien me preguntó: “¿Cómo lo sabes?” Le contesté: “Estuve allí, en ese lugar, cuando se transformó mi vida”. Aquella noche, oré. En la oración, toqué cuatro puntos, para unirme al resucitado, a Jesús vivo, lo cual cambió, toda mi vida.
En primer lugar dije: “Señor Jesús, que entregaste Tú vida por mí en la cruz”. En segundo lugar le dije: “Te entrego todo aquello que en mí vida no es agradable a Ti y Te pido perdón y que me limpies”. (En la Biblia dice: “Venid, pues, y disputemos - dice Yahvé -: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán” (Is 1, 18). En tercer lugar dije: “Ahora, como mejor puedo, Te abro las puertas de mí corazón y de mí vida, y Te recibo como a mí Salvador y Señor. Toma Tú, el control de mí vida. Transforma completamente mi interior. Haz que me convierta en la persona, que Tú quisiste que yo fuera cuando me creaste”. Lo último que le dije en el transcurso de mí oración, fue: “Gracias por entrar a mi vida”. Declaré de este modo mi fe, apoyado no en la ignorancia, sino en los hechos, pruebas históricas y en La Palabra de Dios.
Seguramente has escuchado ustedes a muchas personas religiosas, hablando acerca de su conversión, como sí esta se hubiera producido en forma de un rayo caído del cielo. En cambio, luego de mi oración, nada de esto sucedió. Realmente, nada.
Hasta esta fecha, además, no me han crecido alas angelicales. Luego de tomar esta decisión, me sentía cada vez peor. Literalmente, tenía deseos de vomitar. Me sentía enfermo en mi interior. Pensaba: “¿En qué me estoy metiendo?” Realmente me sentía como si me hubiese abandonado mi inteligencia (¡seguramente muchos creen hasta ahora que así fue!)
Puedo decirle que en un período que duró entre seis meses y un año y medio, me convencí que no perdí la razón. Mí vida cambió. Discutiendo con el jefe de la carrera de historia de una universidad del centro de Estados Unidos, dije que mi vida había cambiado. El me interrumpió diciendo: “Señor McDowell, quiere con esto usted decir, que Dios cambió su vida ¿en el siglo veinte?” “¿En que esferas?” Luego de cuarenta y cinco minutos de mis explicaciones, dijo: “Ya basta”.
Una de las esferas, de la que le hablé, fue acerca de mi alma. Antes, siempre tenía que estar ocupado en algo. O iba a ver a mi novia, o estaba en algún lugar conversando. Caminaba por la ciudad universitaria y mi mente era atacada como por un huracán de dudas o conflictos. A veces me sentaba e intentaba estudiar o pensar con calma, pero no podía. Sin embargo, en unos cuantos meses luego de haber tomado esta decisión espiritual, conseguí tranquilar mi mente y mi espíritu. No me mal entiendan. No digo que desaparecieron todos los conflictos. Esto que descubrí, en relación a Cristo, no fue la desaparición de los conflictos, pero sí la tranquilidad para saber como resolverlos. No cambiaría esto, por nada en el mundo.
La segunda esfera en la que se me produjo un cambio, fue mi carácter explosivo. Antes me enojaba, si alguien solo me miraba feo. Aún llevo una marcas que me dejó una pelea que tuve durante el primer año de estudios, durante la cual, poco faltó para que matara a una persona. Mi explosividad era una parte tan de mi persona, que conscientemente, nunca traté de cambiarla. Cuando pensaba cómo solucionar este problema, sucedió que toda esta rabia, desapareció. Durante catorce años, solo una vez he perdido la cabeza, me enojé esa vez, con una rabia que se había acumulado durante seis años.
Hay aun una cosa de la que no estoy precisamente orgulloso. Recuerdo esto sin embargo, ya que mucha gente debe cambiar esto en sus vidas y yo encontré el medio para este cambio: mí unión con el resucitado, con Jesús Vivo. Tengo en mente, el odio. En mi vida ha habido mucho odio. No lo demostraba, pero existía en mi interior. Odiaba a la gente, las cosas, los problemas. Como en muchas otras personas esto era causado por mis inseguridades. Cada vez que encontraba a alguien que fuera diferente a mi, me sentía agredido.
Había una persona a la que odiaba más que a nadie. Este era, mi padre. Lo odiaba con todas mis fuerzas. El era un borrachito de pueblo. Sí ustedes viven en un pueblo pequeño, saben de lo que les hablo. Todo se sabe. Mis compañeros del colegio, se reían de él en el centro del pueblito. Pensaban que eso a mí no me molestaba. Así como muchos otros, por fuera reía, pero créanme que por dentro lloraba amargamente.
Sucedía que encontraba a mi madre tan golpeada que no era capaz de levantarse estando tendida entre los excrementos de las vacas. Cuando nos visitaban amistades, conducía a mi padre al granero y allí lo amarraba y su auto lo estacionaba detrás del silo. Le decíamos a nuestras amistades, que había salido a alguna parte. Creo que nadie puede haber odiado tanto a una persona, como yo odiaba a mi padre.
Luego de mi decisión de unirme a Cristo – unos cinco meses después – en mí vida, gracias a Jesús, comenzó a habitar el amor de Dios. Era tan fuerte, que el odio había desaparecido por completo. Pude entonces mirar a mi padre directo a los ojos y decirle: “Papá, te amo”. Realmente así lo sentía, esto fue para él un verdadero schock, en relación a cómo me comportaba, antes.
Luego de mi traslado a una universidad privada, tuve un grave accidente automovilístico. Con mi cuello enyesado, me llevaron a la casa. Nunca olvidaré el momento en que mí padre entró a mi dormitorio y me preguntó; “Hijo, ¿cómo puedes amar a un padre así?” Le respondí: “Hace seis meses, te despreciaba”. Luego de lo cual compartí con él, mis vivencias con Cristo. “Papá, permití que Jesús entrara en mi vida. No soy capaz de explicarte esto completamente, pero por el resultado de esta unión, recibí el talento para amar y aceptarte no solo a ti, sino también, a otras personas, así como ellas son”.
Cuarenta y cinco minutos después ocurrió uno de los sucesos más conmovedores que me haya tocado vivir. Una persona de mi familia, una persona que me conocía tan bien, que yo no podía ocultar a sus ojos la verdad, me dijo: “Hijo, sí Dios puede realizar en mí vida, lo que yo veo que hizo en la tuya, quiero darle a Él, esa oportunidad”. Y unos momentos después, mi padre oraba conmigo, y ponía toda su confianza en Jesucristo.
Generalmente para los cambios, se requieren al menos varios días, o semanas o meses, a veces un año o más. Mi vida cambió en un período de entre seis meses y un año y medio. La vida de mi padre, sufrió un cambio ante mis ojos. Como si alguien hubiese estirado el brazo y atornillado una ampolleta. Nunca antes ni después, he visto un cambio tan rápido. Llegué a una conclusión. La unión con Jesucristo cambia la vida de las personas.
Uno se puede reír del cristianismo, lo puede ridiculizar y mofarse de el. Sin embargo el cristianismo es actuante, cambia la vida. Sí recibes a Jesucristo, observa tu comportamiento y tus acciones, porque Jesucristo, cambia la vida de las personas.
Pero el cristianismo no es algo, a lo que se pueda obligar a nadie o convencerlo a la fuerza. Tú tienes tu vida y yo la mía. Solo puedo decirte aquello que aprendí. La decisión es tuya.
Puede que te ayude la oración, que en ese tiempo yo realizaba:
“Señor Jesús, te necesito. Te doy gracias, porque entregaste Tu vida por mí en la cruz. Perdóname y límpiame. En este momento te acepto como mi Salvador y mi Señor. Haz que me transforme en aquella persona que Tú quisiste hacer de mí, cuando me creaste. Padre, me dirijo a Ti en el Nombre de Jesucristo. Amén.”

F I N

Traducción realizada de la lengua polaca
al español, por JUAN RAJS G.
Católico – Perteneciente a la corriente de gracia de
La Renovación Carismática Católica en el Espíritu Santo.
Santiago de Chile,
Febrero de 2011.