XXº
DOMINGO DEL TIEMPO
COMÚN
DE LA IGLESIA.
“EL
FUEGO DEL AMOR”.
DOMINGO
18 DE AGOSTO DE 2013
PRIMERA LECTURA.
TOMADA DEL LIBRO DE
JEREMÍAS 38, 3-6. 8-10
El
profeta Jeremías decía al pueblo: “Así habla el Señor: “Esta ciudad será
entregada al ejército del rey de Babilonia, y éste la tomará”. Los jefes
dijeron al rey: “Que este hombre sea condenado a muerte, porque con semejantes
discursos desmoraliza a los hombres de guerra que aún quedan en esta ciudad, y
a todo el pueblo. No, este hombre no busca el bien del pueblo, sino su
desgracia”. El rey Sedecías respondió: “Ahí lo tienen en sus manos, porque el
rey ya no puede nada contra ustedes”. Entonces ellos tomaron a Jeremías y lo
arrojaron al aljibe de Malquías, hijo del rey, que estaba en el patio de la
guardia, descolgándolo con cuerdas. En el aljibe no había agua sino sólo barro,
y Jeremías se hundió en el barro. Ebed Mélec salió de la casa del rey y le
dijo: “Rey, mi señor, esos hombres han obrado mal tratando así a Jeremías; lo
han arrojado al aljibe, y allí abajo morirá de hambre, porque ya no hay pan en
la ciudad”. El rey dio esta orden a Ebed Mélec, el hombre de Cusa: “Toma de
aquí a tres hombres contigo, y saca del aljibe a Jeremías, el profeta, antes de
que muera”.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO
RESPONSORIAL
40
(39), 24. 18
R.:
¡Señor,
ven
pronto a socorrerme!
Esperé confiadamente en el Señor:
Él se inclinó hacia mí y escuchó mi
clamor R.:
Me sacó de la fosa infernal, del
barro cenagoso;
afianzó mis pies sobre la roca y afirmó mis pasos R.:
Puso en mi boca un canto nuevo,
un himno a nuestro Dios.
Muchos, al ver esto,
temerán y confiarán en el Señor R.:
Yo soy pobre y miserable,
pero el Señor piensa en mí;
Tú eres mi ayuda y mi libertador,
¡no tardes, Dios mío! R.:
SEGUNDA
LECTURA.
TOMADA
DE LA CARTA DEL
A
LOS
HEBREOS 12, 1-4
Hermanos:
Ya que
estamos rodeados de una verdadera nube de testigos, despojémonos de todo lo que
nos estorba, en especial del pecado, que siempre nos asedia, y corramos
resueltamente al combate que se nos presenta. Fijemos la mirada en el iniciador
y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se le
ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora “está sentado
a la derecha” del trono de Dios. Piensen en Aquél que sufrió semejante
hostilidad por parte de los pecadores, y así no se dejarán abatir por el
desaliento. Después de todo, en la lucha contra el pecado, ustedes no han
resistido todavía hasta derramar su sangre.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
¡ALELUYA!
“Mis ovejas
escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen”, dice el Señor
(Jn 10, 27).
¡ALELUYA!
EVANGELIO.
EVANGELIO
DE
NUESTRO
SEÑOR JESUCRISTO
SEGÚN
SAN LUCAS 12, 49-53
Jesús dijo a
sus discípulos: Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía
que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia
siento hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a
traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De
ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra
dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la
madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la
nuera contra la suegra.
Palabra
de Dios.
¡Gloria
y honor a Ti, Señor Jesús!
JESÚS
NO NOS DEJA INDIFERENTES.
Somos
profetas.
La
voz del profeta Jeremías se alza para proclamar lo absurdo de cualquier alianza
con Egipto en contra de Babilonia. Sin embargo, los representantes del mundo
oficial deciden a su antojo en lugar del pueblo hambriento y desmoralizado: un
nacionalismo y una resistencia militar que hace caso omiso de la palabra del
profeta. La voz del profeta es molesta cuando interpreta el sentimiento popular.
Los poderosos intentarán suprimirlo. Muchos
años más tarde se producirá una situación semejante con Jesús. La cisterna en la que encierran a Jeremías
viene a ser un símbolo del abandono y de la muerte. La oración que numerosas
veces hiciera Jeremías de “ser contado con los que bajan a la fosa” se hacía
realidad en la vida del profeta. Así la acción profética quedaba concluida, ya
que su vida misma apoyaba sus palabras. Cuando el que profetiza une su vida a
su palabra, lo que de ahí puede salir es algo de una fuerza imprevisible y
definitiva. En el momento de la prueba solamente un extranjero se apiada del
profeta y se salva gracias a la simpatía de un cortesano etíope. El profeta
está empeñado en una empresa ardua, casi imposible: hacer recapacitar al pueblo
para que tome conciencia de pueblo elegido. Es
difícil oír la voz de un profeta que clama por la confianza en Dios, cuando el
hombre solamente confía en sí mismo.
Hoy hacen falta profetas que denuncien la injusticia y anuncien la salvación.
El Papa Francisco lo está haciendo. El habla del espíritu del mal, el diablo,
que hace que los poderosos se aprovechen de los débiles. En el bautismo fuimos ungidos como profetas,
¿somos conscientes del compromiso que adquirimos?
El evangelio de hoy
puede parecer desconcertante.
No siempre fácil de
encajar, al menos para mí: “No penséis que he venido
a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido
a enemistar”. ¿Por qué diría Jesús
que no ha venido a sembrar paz sino a enemistar? ¿Acaso es un aviso para que no
nos conformemos con cualquier paz en nombre de Dios, ni nos traguemos cualquier
guerra en nombre del Evangelio? Hay una violencia que es provocada por las
personas. Pero también hay una
violencia que es fruto de la misma vida; y es absolutamente necesaria, porque
sin ella la vida no tendría lugar. Desde el
primer momento de su existencia la vida, cualquier vida, tiene algo de lucha.
La vida sufre violencia para nacer. También para crecer, para madurar. Todo cambio es doloroso porque supone romper con lo que era
para empezar a ser de una forma nueva. Jesús era bien consciente de esta
realidad. El cambio que su
predicación y su presencia ofrecían a las gentes de su tiempo no se podía
producir sin dolor, sin violencia. Suponía cambios grandes en la sociedad y en
el interior de las personas. Muchos no estaban interesados en ese cambio. Eso
creó enfrentamiento en torno a Jesús. Eso ha
creado problemas a cuantos se han tomado en serio el Evangelio a lo largo de
poco más de dos mil años. Hoy el Reino de Dios
también sigue provocando violencia. El Reino
supone cambios y conversión en nuestra vida personal y social. Son cambios que a muchos no nos gustan, aunque nos
confesemos cristianos y frecuentemos las iglesias. Pero es el único camino para alcanzar la libertad y la vida
que Jesús nos ofrece en el Reino del Padre.
Jesús ya querría ver el mundo
arder en caridad y virtud.
¡Ahí
es nada! Tiene que pasar por la prueba de un bautismo, es decir, de la cruz, y
ya querría haberla pasado. Jesús tiene planes, y tiene prisa por verlos
realizados. Podríamos decir que es presa de una santa impaciencia. Nosotros
también tenemos ideas y proyectos, y los querríamos ver realizados enseguida.
El tiempo nos estorba. “¡Qué angustia hasta que se cumpla!”, dijo Jesús. Es la
tensión de la vida, la inquietud experimentada por las personas que tienen
grandes proyectos. Por otra parte, quien no tenga deseos es un apocado, un
muerto, un freno. Y, además, es un triste, un amargado que acostumbra a
desahogarse criticando a los que trabajan. Son
las personas con deseos las que se mueven y originan movimiento a su alrededor,
las que avanzan y hacen avanzar. ¡Ten grandes
deseos! ¡Apunta bien alto! Busca la perfección personal, la de tu familia, la
de tu trabajo, la de tus obras, la de los encargos que te confíen. Los santos
han aspirado a lo máximo. No se asustaron ante el esfuerzo y la tensión. Se
movieron. ¡Muévete tú también! Recuerda las palabras de san Agustín: “Si dices
basta, estás perdido. Añade siempre, camina siempre, avanza siempre; no te
pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Se guía para el que no
avanza; retrocede el que vuelve a pensar en el punto de salida, se desvía el
que apóstata. Es mejor el cojo que anda por el camino que el que corre fuera
del camino”. Y añade: “Examínate y no te contentes con lo que eres
si quieres llegar a lo que no eres. Porque en el instante que te complazcas
contigo mismo, te habrás parado”.
Es el momento de preguntarte: ¿Te mueves o estás parado? ¿Te produce violencia dentro de ti el mensaje de
Jesucristo, o te deja indiferente?
Padre José Mª
Martín, OSA
España
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Jesús
nos bendiga, a ustedes y a nosotros,
Nina
y Juan.